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Saltaremos muros

La Razón
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Me llama mi madre. «¿En qué andas?», curiosea. «Vengo de Logroño –encantadora ciudad, cuna del español, que luce una orgullosa «ñ» en su nombre–, de participar en un congreso sobre el futuro del idioma español y las nuevas tecnologías. Allí recordé una anécdota que se contaba después de caer el muro de Berlín: cuando todavía las dos Alemanias estaban separadas, un perro pasó desde Berlín Este a Berlín Oeste. El chucho saltó el muro. «¿Por qué?», lo interrogaron los soldados de la zona occidental: «¿No tenías comida?». «Tenía comida en abundancia. Tres veces al día, y bastante buena», respondió el can. «¿No tenías trabajo, entonces?», insistieron los guardias. «Oh, no», dijo el perro, «nada de eso, tenía un trabajo estupendo como perro de compañía de un alto cargo gubernamental; un trabajo agradable y bien remunerado». «¿Te faltaba el amor?, ¿has venido a buscar una compañera porque estás solo?», volvieron a preguntar los hombres del lado capitalista. «Para nada», relató el perro, «amaba a una perrita preciosa a la que veía regularmente». Los guardias fronterizos regresaron a la carga con más preguntas: «¿Entonces por qué has venido si tenías comida, trabajo y amor?»... El perro de Berlín Este los miró tristemente y contestó: «¡Porque no podía ladrar!». Mis personas favoritas son aquellas que ladran en países comunistas, capitalistas, islamistas... Y creo que las nuevas tecnologías son el «otro lado del muro» del mundo, un lugar donde «se puede» ladrar. Sospecho que nosotros somos el perro y el idioma español es el hombre. Que la historia del español podría empezar así: «Érase un perro que tenía un hombre…» Internet, las nuevas tecnologías, quizás favorezcan un exceso de opinión disfrazada de información, (un sorprendente y nuevo oscurantismo, en cierto modo), tal vez auspicien el libelo, el insulto, la maledicencia, el ataque anónimo… Sí, puede. Pero el lenguaje es como el oro: da mucho que soñar, madre. Dije en Logroño que Occidente está transido de cultura, y que la alfabetización masiva lograda en el siglo XX, aunque no ha podido arrancar las tinieblas del corazón de la civilización, ni la brutalidad de las contiendas bélicas y los genocidios, sí ha conseguido instalar el gusto por lo bello en el ánimo del ciudadano anónimo y hasta del criminal de guerra (ya se sabe que la belleza es el comienzo de lo terrible); ha democratizado la fama, el ensueño universal del arte e incluso el esnobismo. El siglo XX democratizó la cultura, la hizo popular. Y el siglo XXI está democratizando la tecnología. El coste a pagar será que tendremos «cultura low cost» y «tecnología low cost»: cultura y tecnología de bajo coste. La técnica y las nuevas formas de comunicación nos traerán muchas cosas malas, madre, pero traerán una gran cosa buena: la libertad. Y la lengua será el ladrido de ese perro que es la sociedad civil. Saltaremos muros sólo para «ladrar».
«¿Y de lo de ETA…, no vas a escribir nada…?», pregunta mi progenitora. Y yo le respondo: «No».