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Mister Cacharel
En la tertulia de Facebook se habló ayer sobre la importancia de que los señores diputados vistan corbata en el Congreso. Yo me opuse a la idea bastante extendida de que la elegancia suele ser un símbolo de la decencia y que los hombres sin corbata pierden credibilidad. Hay quien cree que una vestimenta inadecuada puede constituir una falta de respeto y a mí también me lo parecería en el supuesto de que un diputado acudiese a su escaño vestido para la playa, se sentase sobre su toalla de baño y dejase un rastro de arena al dirigirse en chanclas a la tribuna de oradores. El Sr. Bono intentó en vano imponer la corbata en el hemiciclo tal vez porque confundió la decencia con la ropa. ¿Le faltaría a alguien al respeto el mendigo que viste sus harapos en el caso de que practicase la mendicidad en la puerta del Congreso? ¿Consideraría acaso el Sr. Bono que la huella moral que deja un hombre tiene algo que ver con la embriagadora estela de su perfume? ¿Fue el Sr. Winston Churchill un político indigno sólo porque a veces lo más elegante de su vestuario era una mancha de ceniza en el gabán? Y llevando las referencias a un punto extremo, y presumiendo que hubiese obtenido acta para el Congreso, ¿sería Pilar Bardem una elegante señora «vintage» o sólo un hombre mal vestido? Si me pusiese en la piel y en la cabeza del Sr. Bono estoy seguro de que entendería mejor su actitud de aquel día. El problema es que no me imagino en su lugar, entre otras razones, porque a mí lo que me importa de un diputado no es su corbata, ni su Cacharel, sino que tenga las ideas claras respecto de que de un hombre se sabe que es valioso cuando después de hablar un buen rato con él recuerda uno sus ideas aunque haya olvidado su ropa.
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