Valencia

Batirse a duelo

La Razón
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Era más romántico cuando los políticos solucionaban sus diferencias batiéndose a duelo. Entre la pólvora y los 25 pasos había un rastro de honor. Blasco Ibáñez, además de novelista, plumilla y trotamundos, fue diputado en las Cortes por el Partido Republicano. Se batió a duelo muchas veces. Del último se conservan las pistolas en la plaza de toros de Ronda. Fue en 1904. Sus afilados discursos por el nombramiento del padre Nozaleda como arzobispo de Valencia ofendieron a los conservadores. El lance, a muerte. Blasco Ibáñez disparó primero. Al aire. Enfrente tenía al teniente Alestuei, un excelente tirador, quien se perfiló, tendió el brazo en línea y apretó el gatillo. Blasco cayó al suelo como un saco de arena, pero su hebilla metálica repelió la bala. Salvó la vida y sobre todo el orgullo.
Pasados estos tiempos, ahora un político a lo que se arriesga es a que lo esperen tres tíos en el portal de su casa y lo muelan con un puño americano. La historia de un día cualquiera en el Bronx. Sin que nos demos cuenta, los atriles se están llenando de metralla, de tuercas y tornillos, mientras la dialéctica ya ha cogido el camino de las trifulcas televisivas con Belén Esteban y la Patiño.
La figura del matasiete se ha impuesto en la arena pública. Es un valor en alza. El portavoz parlamentario del PSOE, Mario Jiménez, tilda a los funcionarios de fascistas; el consejero de Gobernación, Luis Pizarro, los compara con Herri Batasuna... Y Lo grave es que no pasa nada. Absolutamente nada. No se pone en marcha ningún instrumento del Estado de Derecho porque escupir en un atril es gratis. A Arenas lo llamó Pizarro «matón de discoteca» y el Tribunal Superior de Justicia de Andalucía sentenció que la dulce expresión «no tiene la consideración jurídica de insulto o expresión vejatoria, sino que forma parte de la ácida y mordaz crítica al adversario que no sobrepasa el ámbito de lo que viene siendo usual en la contienda política, ni transgrede el límite de lo que un relevante protagonista de la escena política tiene el deber de soportar» (sic). Ante esto, insisto, uno ve más honorable el tiro a 25 metros. Aunque para eso hay que tener dos cojones. Si hubiera sido a Blasco Ibáñez al que le llaman «matón de discoteca»...