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Joselito: «Llevarán mi vida a la tele cuando me muera»

«Llevarán mi vida a la tele cuando me muera»
«Llevarán mi vida a la tele cuando me muera»larazon

Dice la Wikipedia que Joselito (José Jiménez Fernández) vive en Utiel (Valencia) apartado del mundo artístico. Sólo es cierto lo primero, porque el cantante y actor sigue presente en programas de TV, hace galas en Francia y, últimamente, ha trabajado en dos películas: «Spanish Movie» y «Torrente 4». «Sigo activo –dice–, aunque la verdad es que aquí me salen pocos bolos». De Judy Garland a Shirley Temple, de Pablito Calvo a Marisol, parece que siempre ha sido difícil construir la vida adulta sobre la infancia dorada del niño prodigio, y más aún –en el caso de Joselito– sobre el posterior desastre de casi tres décadas erráticas tras el cambio de voz y de vida, cuando se hace el silencio, falta el trabajo y el genio que lo concedía todo vuelve a la lámpara y ya no sale por más que se frote.
–«El pequeño ruiseñor», en el 56, fue un bombazo...
–Las siguientes películas lo fueron más aún: batieron récords de taquilla en todo el mundo.
–¿Y cómo asimila un niño tal éxito?
–En mi caso, bien, porque yo cantaba desde los cuatro años con los gitanos, con los patriarcas de mi pueblo. Y tenía una idea fija: sacar a mi familia adelante. Éramos siete hermanos. Y mis padres.
Una decena de filmes entre los 50 y 60. Antes, otra historia: una tarde de Fallas llevaron a la promesa local, al ruiseñor de por allí, ante el gran Luis Mariano, ídolo en Francia. Joselito le cantó y el rey de la opereta quedó boquiabierto. Así que lo apadrinó y le hizo debutar en la TV francesa. Aún recuerda el deslumbramiento de ver en carne mortal a Maurice Chevalier, Silvana Pampanini, la Piaf...
–Niño prodigio. ¿Piensa ahora que mejor no haberlo sido?
–Muchas veces. Quizá me pese lo de niño prodigio, pero mi carrera artística, no; hice mucho y bueno en poco tiempo.
–O sea, que no ha maldecido nunca a Joselito...
–No, nunca. He maldecido a algunos productores y apoderados, a toda esa gentuza que se acerca a chupar cuando nace un prodigio, a esos vampiros.
–Me dijo una vez: «Pude ser muy rico, pero me engañaron mucho...».
–Así es. Hice ganar bastante, pero a mí me tocó poco. A Marisol, a la que adoraba y adoro, le pasó un poco lo mismo.
–Tenía padres. ¿Qué hacían, qué decían?
–Eran otros tiempos. A mis padres, analfabetos, los tenían apartados de mí dándoles algo de dinero, un poco que a ellos les parecía mucho.

Los productores lo querían niño toda la vida, pero no es verdad que le inyectaran hormonas para evitar el crecimiento. «Tuvieron suerte, porque yo no crecí demasiado; lo que sí me ofrecieron fue un tratamiento para ganar altura, pero tenía o podía tener contraindicaciones y no quise que me convirtieran en un monstruo; preferí quedarme bajito y ser un monstruo sólo por mi voz». Pero un día la voz cambió, la sociedad española cambió, y llegó el calvario de la transición de Joselito.
–Pensé que ya no había sitio para mí –me cuenta–. Durante años no me dieron trabajo. Nada.
–Y me imagino que no estaba preparado para no tener éxito...
–No, no lo estaba. Me sentí como si me hubieran robado la identidad y me dejaran sin futuro. No tenía ni para poner un negocio. Se lo llevaron todo.
–Casi tres décadas de silencio. ¿Qué hizo?
–Fueron años duros. Hice el gilipollas. No sabía ni lo que quería hacer. Me fui a Angola, que estaba en guerra, con un grupo de cazadores. Manu Leguineche me vio en la selva con traje de camuflaje, rodeado de tipos con traje de camuflaje, y escribió que estaba allí de mercenario. No era verdad.
Y aunque no sabía lo que buscaba, dice que aquellos siete años en África fueron los mejores de su vida, «fue una evasión, allí no me conocía nadie y logré escaparme del mundo de Joselito, que era lo que necesitaba en aquel momento; allí no era Joselito, y eso me gustaba». Me dice que quisiera olvidar su época en prisión, «pero quizá ni eso, porque es parte de mi vida: en la cárcel llegué a sentirme libre y feliz: sé que puede sonar raro, pero es verdad; aquel tiempo encerrado me hizo mucho bien».
–Envejecemos. ¿Cómo lo lleva?
–Bien, no me preocupa. Los mejores cirujanos plásticos del país se han ofrecido para operarme gratis y mejorarme todo, pero me quedaría sin identidad otra vez: no sería yo más alto y sin arrugas.

Tiene mujer y dos hijas. Vive relajado, entre el dominó y la natación, los programas de TV y los viajes. «Viajamos cuando tenemos dinero; no ando muy boyante, pero nos defendemos». Su único plan de futuro es vivir lo mejor posible hasta que se muera, «y entonces llevarán mi vida a la tele en una serie; así les costará menos». Cree que la felicidad consiste en tener una buena mujer y salud para algo más que respirar.