Los Ángeles
La niña
Con toda naturalidad, y en un ambiente de respeto por parte de los periodistas y fotógrafos, ha nacido en París la hija del Presidente de la República y Carla Bruni. Apenas unos policías vestidos de paisano en la puerta del hospital y poco más. La madre de la niña ha anunciado que en unas semanas, por la singularidad de su situación, enseñará a su hija y pedirá que a partir de ahí la dejen en paz. Mientras daba a luz Carla Bruni, su marido se hallaba con otra mujer. Escrito y leído así, suena muy contundente. Lo justo y equilibrado es matizar que la mujer que acompañaba a Sarkozy era Ángela Merkel, y que hablaban de sus cosas, es decir, de la situación económica de España.
Cultura contra cursilería y esnobismo. La izquierda cejera española todavía no ha superado el estupor del parto del hijo de Bardem y Cruz. Por ahí se les ha ido a comunistas y socialistas un chorro de votos. La cañería de la incoherencia. En Francia hubo un programa de televisión que duró veinticinco años en horario de máxima audiencia dedicado a los libros y la Literatura. En España, en ese horario, ya sabemos lo que nos ofrecen las cadenas de televisión, sobre todo la del italiano de izquierdas a las órdenes del político de ultraderecha en tratamiento capilar. Pero también en Italia pasaría desapercibido el nacimiento de una hija de su Jefe de Estado o de su Primer Ministro. Y en Inglaterra, apenas se comentaría. Y de nacer el hijo de un buen actor y de una actriz mediocre, la cosa no pasaría de castaño oscuro, que a estas alturas de la vida, ignoro todavía qué quiere decir lo del castaño oscuro, pero tiene que ser muy agudo e importante.
Portugal, nuestra nación hermana y vecina, está compuesta por una ciudadanía culta y sosegada que le concede la menor trascendencia a los asuntillos de los famosuelos. En España, sólo ellos se permiten el lujo de la extravagancia económica y el falso arrebato de la discreción. El periodismo del hígado crea y hace crecer la mitología de aire. Cuando esos mitos se ven ante un hecho tan natural como es tener un hijo, sufren la embestida del divismo más cutrón y escenifican su derecho a la intimidad de forma trágico-burlesca.
Para que el niño o la niña nazcan bien hay que llevarlos a un hospital de lujo de Los Ángeles, judío para más señas, y revelar la contratación del número de enfermeras que ha entrado al servicio de la pareja. Después aquí, mucha palabrería «solidaria», mucha simpatía hacia los llamados «indignados» y bastante Palestina. En definitiva, una farsa.
Nacer es tan natural como morir. Y es lógico que el nacimiento de una persona ligada a la singularidad de sus padres despierte un moderado interés en la sociedad. Pero lo de España no es interés, sino entusiasmo desbordado, curiosidad enfermiza, chismología rayana con la incultura. La farsa la protagonizan todos, excepto el pobre niño que ninguna culpa tiene.
Ayer se supo que la mujer del Jefe del Estado francés, Carla Bruni, también popular por ella misma, ha dado a luz a una niña en un hospital de París. Y hoy se sabe que esa niña va a ser respetada y va a crecer tranquila y sonriente, sin que sus padres hagan aspavientos para que no aparezca en las fotografías y sin que posen con la niña ante tres mil reporteros.
Es decir, medida, tranquilidad, naturalidad y todo eso.
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