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Venezuela

A perro flaco por Cristina L Schlichting

La Razón
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Que Margarita Montaner, una mallorquina de mediana edad, padeciese una poliartrosis que la ha dejado inválida, fue una desgracia inevitable. Que por ello dejase de poder pagar su piso y fuese desahuciada, una pena. Pero que su madre de 83 años perdiese su propio piso por haber sido avalista y ambas –que viven alquiladas y subsisten con los 618 euros de Margarita– tengan que seguir pagando al banco todos los meses es, sencillamente, una injusticia que clama al cielo. Cuando la maldad humana se ceba con el mendigo, enfermo, anciano, niño... La iniquidad adquiere otra dimensión. Más envilecedora. Más temible. Robar a un fallecido en un accidente aéreo –quitarle una joyita al cadáver o esquilmar las cuentas de una de las víctimas– es una maniobra vil. Pero no infrecuente. En Venezuela viven como reyes 45 etarras que han dejado sin aclarar más de 326 atentados en España. En otras palabras: hay 326 familias destrozadas por la muerte que tienen que sufrir en silencio, además, las vacaciones de los etarras en el Caribe. Y esta semana, el afán de lucro ha llevado a la empresa Diviertt a convocar en el Madrid Arena una macrofiesta con un aforo desmesurado y medidas de seguridad escasas que han condenado a muerte a varias jóvenes, algunas con historias tan tristes como la de Katia, que había perdido a su madre hace un año. Una huérfana ha muerto por culpa de la negligencia y la avaricia. Así somos, así es el ser humano. Usureros que esquilman a minusválidos; asesinos que se burlan de los muertos; empresarios voraces que arriesgan vidas; ladrones que se ceban con los fallecidos de un accidente aéreo.