Artistas
Yo Leonor / Por María José Navarro
Se lo dije a mi padre cuando me enteré de que iban estos a casa del abuelo: o me sacas a que vea a Fernando Llorente, que es guapísimo, o me lío a dar patadas a las puertas. A mi padre tampoco hay que amenazarle mucho porque en cuanto le pongo ojitos o lloro como una bestia se me viene abajo enseguida y tengo permiso para todo, pero mi madre es un poco sota. Ella preferiría que yo llevara gafas y leyera todo el rato. O salgo a ese salón y me luzco o saco un plastidecor y me cargo el Patrimonio Nacional, vosotros veréis. Total, que salí y cuando vi a Llorente casi me da hipo. Me he mirado en las fotos y, la verdad, me encuentro monísima. Y delgadísima. No puedo decir lo mismo de mi hermana, que tiene las piernas como dos columnas jónicas y cuerpo de hormigonera. Mi madre jura que va a ser más alta que yo, pero yo lo que la veo es ancha de cadera. Gracias a Dios no le dejaron la Copa porque esta la coge y aquello parece una foto del mundial de halterofilia. Sin embargo, Iker me la dio a mí y yo me imaginé por un momento como la Carbonero y le hice una caída de pestañas que tengo ensayada que es matadora, y eso que en casa somos del Atleti por mi padre y no se admiten traiciones de ningún tipo. Yo le tengo dicho que es bastante improbable que haya príncipes herederos de casas europeas que sean del Atleti, pero mi padre está convencido de que el campeón de la Europa League es universal y tal y pascual y manotea y acaba cantando el himno y aquello es un cuadro. A mí me da la sensación de que tuve un éxito arrollador con la selección, para qué nos vamos a engañar. Yo ahí noté que entré en el salón y se paró el mundo. Mi hermana también se llevó alguna que otra miradita pero es por su pinta de descargador de muelles. Mira que se lo había repetido: Bola, sal y pide que te coja en brazos Pedrito, pero ella sólo atiende si oye «croqueta», una pena. Eché de menos, eso sí, que Del Bosque trajera a casa de los abuelos a su hijo Álvaro, porque tengo entendido que le lleva la contraria a su padre con las alineaciones y yo con los rebeldes congenio enseguida. Cuando se fueron, me acerqué a la oreja del abuelo. A éstos les debes una, macho. Menudo trabajito fino.
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