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Hijos a la carta

La Razón
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No tardando mucho, en España se podrá ser padre como Miguel Bosé sin necesidad de viajar a EE UU para alquilar un vientre de mujer a precio de oro. La industria de la reproducción asistida es tan influyente y avanza a tal velocidad que los españoles también podrán diseñar sus hijos a la carta. Nuestra legislación aún no lo permite, pero bastará con un pequeño retoque legal, presentado como una nueva conquista de «derechos civiles». La próxima gran batalla ética, social y política será, precisamente, la de los bebés a medida. Habrá progenitores que no deseen compartirlos con el otro, ni su patria potestad ni su crianza ni su educación, al modo en que se escoge una mascota; y los habrá que quieran elegir las características físicas de sus vástagos, empezando por el sexo a partir del segundo hijo. De hecho, algunos centros de fecundación ya lo han planteado argumentando que es una demanda cada vez más extendida y que es positiva porque contribuye al reequilibrio familiar y social por género. Añaden que, al excluir al primogénito de la selección, se evita el sexismo. Como remache final, aducen que, si se generalizara en todo el mundo, se evitarían millones de infanticidios y de abandonos de niñas en países como China e India. No sé qué causa más vértigo, si la fría lógica argumental de quienes propugnan abiertamente la selección genética, o las perspectivas que anticipan una sociedad diseñada en el laboratorio. Lo cierto es que una vez abierta la espita de la manipulación embrionaria y de la «fabricación» del bebé medicamento, no parece incoherente reclamar un paso más para determinar el sexo de los vástagos, el color de sus ojos o el tono de su piel. Todo esto nos suena a peligroso delirio, y da pánico imaginar el «catálogo» de modelos que las clínicas pondrán a disposición de padres con la fantasía disparada o decididos a «tunear» los genes de su descendencia. Pero da más miedo aún presentir su efecto en las sociedades donde la mujer vale la mitad que el hombre. El caso es que la primera puerta ya se ha franqueado y sólo es cuestión de tiempo que se abran todas las demás. A qué salidas conducen ya lo anticipó Huxley en la pesadilla de su mundo feliz. Porque, ¿quién se negará a ser «feliz» genéticamente o a que los hijos sean más guapos, más listos y más sanos que los padres?