Bruselas

El régimen sirio ignora las sanciones y aumenta la represión

Al principio, los organizadores de la revolución siria se mostraron optimistas. Nunca pidieron la caída del presidente, Bachar al Asad, simplemente más libertades y sobre todo la eliminación de la Ley de Emergencia, vigente desde 1963.

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Pero la dura represión del régimen, desde que empezara la sedición hace ocho semanas, ha provocado que el pueblo sirio haya perdido todo el respeto por su líder. Además, se sienten engañados, ya que Al Asad prometió el 21 de abril el fin de la polémica ley –en parte para evitar nuevas protestas–, y las consecuencias han sido peores.

«Hay más detenidos ahora y la persecución es mayor», cuenta a LA RAZÓN Muhadi desde Damasco, antes de advertir que la conversación se interrumpirá en media hora porque la Policía patrulla para detectar los móviles a los que se puede llamar desde el extranjero. En Deraa, al sur de la capital, y epicentro de las revueltas, directamente no funcionan. «Además, han cortado todas las llamadas externas». Deraa está totalmente asediada por el Ejército, asegura Muhadi, nacido allí. «Está dividida en dos.

En la zona donde comenzó todo, Albalad, sólo las mujeres y los niños pueden salir a la calle y de 5 a 7 de la tarde. Hay un toque de queda muy estricto». En el resto de la ciudad, ya pueden salir también los hombres, pero sólo de 8 a 12. «Los francotiradores primero te disparan al lado, a la segunda apuntan al cuerpo». Muhadi explica que se está produciendo una terrible crisis humanitaria, pese a que Siria haya prohibido a la Cruz Roja, a la ONU y a otras organizaciones pro derechos humanos entrar en Deraa. Incluso «ahora los precios son de guerra: el pan cuesta tres veces más», comenta Muhadi.

Sin embargo, lo que más le indigna es que hay muchos sirios que están muriendo dentro de sus casas por tener miedo de ir al hospital. «Sabemos que a gente con insuficiencias renales se les está negando la asistencia sanitaria» y cuenta el caso de un hombre con diálisis que falleció recientemente. En Damasco también se produjeron incidentes ayer. En el centro hubo una manifestación de unos 200 jóvenes. El dueño de una tienda de Salhia avisó a la inteligencia siria y rápidamente se los llevaron detenidos en furgonetas blancas.

«Ya no van en coches oficiales, usan cualquier vehículo para patrullar». Hay tanta gente arrestada (más de 9.000) que ya no hay espacio en las comisarías ni en las cárceles. «Están utilizando campos de fútbol, polideportivos y escuelas públicas». Muhadi explica que son torturados y condenados por «atentar contra el orgullo del Estado sirio», cuya pena son tres años y medio de cárcel, algo que tendría que haber desaparecido si realmente hubiera sido derogada la Ley de Emergencia.

Esta semana, los policías han empezado a mirar los ordenadores. «Te piden que les abras tu perfil de Facebook para ver tus contactos, si tienes imágenes y vídeos guardados; lo mismo ocurre con los móviles». Además, Muhadi cuenta que también se están cebando con los menores, que al ser torturados, hablan más fácilmente.

Las protestas comenzaron en Siria el 16 de marzo y ya van más de 808 muertos. Aunque, según alertan desde las ONG pro derechos humanos, la cifra rondaría los 1.000 fallecidos, pues sólo este fin de semana, las Fuerzas de Seguridad han acabado con la vida de 48 personas. «También matan a los soldados que se niegan a disparar». «Todos son mártires».

La comunidad internacional va reaccionando con cautela. La UE puso en vigor sus sanciones y amenazó con incluir a Al Asad si la situación en Siria no cambiaba. En una reunión en Bruselas, España y Alemania votaron en contra de dicha medida. Por si acaso, según «The Daily Telegraph», la esposa del presidente huyó ayer a Londres.