Elecciones autonómicas
Fin al fraude por Alfonso Merlos
Los nacionalistas en el fotomatón. Y retratados como lo que son: perfectos enemigos de la libertad. A ultranza. No es que sea disparatado. Es infame escuchar a los voceros del separatismo de corbata más extremo, tipo Urkullu, denunciando la eventual recuperación del derecho al sufragio de aquellos que lo perdieron por la amenaza, la extorsión y el asesinato de sus parientes. ¿Se puede ser más salvaje? ¿Se puede ser más cafre o cínico? ¿Se puede ser más insensible y menos vasco?
Causa vergüenza y estupor, por no decir directamente desprecio inmundo, certificar cómo aquellos que parecen no temblar ante el fuego de los criminales de ETA temen como nadie la irrupción de ciudadanos libres y valientes que quieren marcar su papeleta e introducirla en la urna; y que quieren hacerlo en la tierra en la que nacieron y de la que fueron arrancados por el cobarde ruido de las pistolas y las bombas.
Los patéticos epígonos de Ibarretxe pueden berrear lo que les cuadre. Cuánto más fuerte lo hagan, más patente quedará lo que todo el mundo conoce al dedillo, o sea, su aversión a los rudimentos más básicos de la democracia. Pero el Gobierno de España debe ir a lo suyo, es decir, a impulsar con la máxima celeridad las reformas legislativas pertinentes para que las víctimas del apartheid batasuno regresen a su estado cívico natural. Toque cuando toque votar.
Está en la esencia del terrorismo la voluntad de causar miedo, incertidumbre y división en la sociedad. Y sólo desde el odio y el desprecio de las libertades cívicas se entiende una de las más abominables formas de violencia. Precisamente por eso es difícil encontrar una actitud más canalla que la del que busca cosechar réditos electorales de los más horribles crímenes contra la humanidad.
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