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España: de la furia al blandiblú

La Razón
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En la línea marcada por Lamo Castillo en España, cuando atracó a los soviéticos contra Brasil en 1982, y sobre todo por el ultraje perpetrado en Japón por López Nieto, el navarro Undiano Mallenco señaló en el Alemania-Serbia el punto exacto en el que se encuentra el arbitraje español. Sacó una decena de tarjetas en un encuentro sin mayores violencias en lo que constituyó un ejercicio desesperante de inflexibilidad reglamentista y, como colofón, dejó sin sancionar un patadón de Stankovic a Mario Gómez en el descuento.

Un rato después, a Estados Unidos le escamotearon un gol legal que hubiese sellado su remontada contra Eslovenia. El responsable fue un tal Koman Coulibaly. Si los designadores tienen criterio, ni uno ni otro volverán a dirigir en Suráfrica. He aquí cómo el fútbol equipara a España y Mali, dos naciones tan lejanas en todo. Somos el tercer mundo del silbato. El fútbol amanerado que se practica en la Liga española tiene su reflejo en el arbitraje. Los jugadores de los dos equipos que ustedes saben, intocables por esa pulsión hipócrita de «proteger a las estrellas» como si los futbolistas medianos pudiesen ser pateados impunemente, sacan provecho de cada entrada como si de un intento de homicidio se tratara.

Los árbitros españoles responden con una tarjeta al aspaviento y al pucherito de estas criaturas. Este reflejo condicionado lo llevó a expulsar a Klose por dos acciones que casi ni fueron falta, pero en las que los serbios explotaron sus dotes interpretativas con la complicidad de nuestro compatriota. Entre el inocuo «tiquitaca» del miércoles y la furia tarjetera de Undiano, terminaremos siendo un ejemplo de fútbol blandengue y trucha. ¿Dónde quedó el «a mí el pelotón que los arrollo»?