Cataluña

Otro giro de tuerca al español

La Razón
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En Cataluña, claro: en el País Vasco y Galicia pierden terreno desde que socialistas y nacionalistas son minoría, aunque nuestro presidente les eche una mano. Me refiero ahora a la penúltima novedad, la iniciativa de un Sr. Huguet, de la Generalitat: pone en marcha un complejo proceso para que en las Universidades catalanas las clases todas se den en catalán. Un proceso como el de los toros antes otros tantos: mueven las fichas una a una, con pequeños respiros tácticos. Renuncio a contar los anteriores giros: la «inmersión» sofocante, la obligatoriedad del catalán para cada vez más cosas, las multas lingüísticas, etc. Como la campaña contra las corridas de toros: presión gradual, debate, parece que se olvida, pero vuelve, vuelve implacable. Y aquí, al menos, ha habido en España una condena general de ese allanamiento de la libertad que debería estar antes de que a uno le gusten o no los toros.

Lo importante es prohibir. En este otro tema, prácticamente nadie levanta la voz. Ni contra todas las cadenas que echan encima a nuestra lengua, que es también la suya. Pero trabajan implacables para que deje de serlo, con daños de todos. Se condenan al aislamiento, a convertirse en una especie de Albania. Éste es hoy mi tema. El del aislamiento rampante a que los políticos catalanes someten a su pueblo mediante una serie de actos arbitrarios y contando con la inacción práctica del resto de la nación. Yo y muchos lo hemos criticado: pero es inútil insistir en las razones legales e históricas de la nación común, prefieren la soledad del aislamiento. Ya ven: si hay una sentencia, tardía y mínima, contra una de esas decisiones arbitrarias, dañinas para todos, el propio presidente del Gobierno español habla de legislar para que todo siga igual. Hablo del Estatuto, claro. No insistiré en el tema, hablar a sordos voluntarios no tiene otro valor que el de dejar un testimonio. Ni sirve recordar el desastre del estatuto de la República, que Azaña y Negrín comentaron ampliamente. ¡Y era un estatuto mucho más llevadero que éste, ya nos gustaría! Y el comentar el daño que se causa al conjunto de la nación española, que existe de hecho y no sólo de derecho, que ha ayudado a todos, también a Cataluña, tampoco es útil.

Ni el hablar de la inmensa comunidad de los hablantes del español. Sentimos todos el desgarramiento. Pero en fin, la comunidad de la lengua española, aunque en Cataluña se quede en residual, como decía aquel fanático, seguirá al fin y al cabo. Lo peor es el daño que a sí mismos se infligen los mismos catalanes: un alejamiento que ya sufrimos desde ahora. Recuerdo la vieja Cataluña donde nadie se sentía extranjero, la lengua no era una barrera. Todavía hoy todos, prácticamente, hablan español, pero por el camino de ahora desespañolizarán también la Universidad, los libros, la comunidad cultural. ¿Quién sucederá a los hablantes de español, quién impartirá en las aulas esas materias?

Bueno, quizá en parte el mismo profesorado de ahora, le obligan a aprender catalán. Veremos lo que sale. Ya ven: ha habido y hay un cultivo espléndido de la lengua española en Cataluña, todavía hay muchos para los que el español es la primera lengua escrita. Íbamos cada poco allí, a las Universidades y otros centros de cultura y ellos venían a las nuestras. Intentamos seguir, pero se siente abrumadoramente el cambio. Han puesto en medio un obstáculo. Y el catalán es entrañable para los que en él nacieron, pero es insuficiente: no es leído fuera, ni se puede publicar en él sin que pague la Generalitat. Y Cataluña sigue siendo el centro editorial más importante del mundo hispánico: ¿por cuánto tiempo esta paradoja?

Que no se engañen los que tienen la cabeza llena de mitos y falsificaciones históricas. Cataluña es una cultura mixta, influida primero por las del otro lado de los Pirineos, luego, desde el siglo XIV, por Castilla. Había un conjunto de dialectos catalanes, unificados artificialmente a comienzos del XX, muchas palabras castellanas fueron expulsadas –pero siguió unido a España. La separación quirúrgica de esos dos gemelos puede ser traumática.
No hace tanto tiempo, en los ochenta, el secretario general de la Universidad de Barcelona, Francisco Marsá, que fue también Presidente de la Sociedad Española de Lingüística, hizo una encuesta entre los estudiantes. Resultó que los más preferían la enseñanza en español. Ahora ya ven. La pequeña minoría que a trancas y barrancas, manejando ya los mitos ya las imposiciones lleva a Cataluña a una creciente soledad, le está causando cada vez más daño.

Tienden a convertirla en una isla extraña. La idea de una Cataluña esencial puramente catalana, lejos sobre todo de España, es falsa y dañina. Y han insistido tanto que va haciéndose verdad, si Dios no lo cambia, aquello que me decía un amigo catalán: allí no hay a quién votar. Mandan los que mandan. Algunas culpas tiene Castilla en ese alejamiento. Por ejemplo, el no haber admitido hasta muy tarde a los catalanes en la América hispana. Cuando al fin llegaron a Cuba, fue bueno para todos. Pero que no inventen mitos. En la guerra de Sucesión Cataluña no buscaba la separación, ella y Castilla preferían, simplemente, cada una a un pretendiente al trono de España. Y el de ellos perdió. Cierto, hubo represalias. Pero el ascenso de Cataluña en el XIX no habría ido posible sin el apoyo español. Deberíamos hablarnos con verdad, no construir telarañas aislantes. Si eliminan todo lo español, no tienen recambio. Ya el estatuto de la II República nació de hechos consumados, esto está estudiado, aquello acabó de la peor manera. Se equivocaron. Fue peor para todos, para ellos sobre todo. Ahora cometen más y más errores.

Mal camino, desde luego. Para nosotros... y sobre todo para ellos.