España
OPINIÓN: Blatter el señor de las pelotas
Negociante de primera
Nos quedamos sin Mundial de fútbol y la próxima fecha en la que se abren posibilidades nos pilla tan lejos que da una bajona enorme y muchas ganas de bostezar. Se acabó el sueño de organizar el evento junto a Portugal, y se marchita una idea que aquí ya habíamos convertido en realidad. Los españoles, por lo general, solemos imaginar que el planeta gira siempre a nuestro favor y que merecemos cosas por las que apenas hemos trabajado. Seguidamente, damos por sentado que la suerte está de nuestro lado, cerramos cuentas a lápiz, llamamos a los amigos, nos citamos para sacar las entradas y nos vemos de nuevo campeones, gracias a los goles de Zutano, que para entonces estará en su mejor momento. Toda esa película nos habíamos montado ya cuando de pronto aparece Blatter y dice que nanay, que primero en Rusia y luego en Qatar. De pronto, al español que se veía con su segunda estrellita en la camiseta y que estaba dando botes, se le corta la leche y busca un culpable, no sólo de la no designación, sino de acabar con las esperanzas de salir de la crisis económica y del clima de pesimismo. Y ahí está él, Joseph Blatter, víctima de nuestra impotencia y de la ira que nos provoca cualquier organismo internacional presidido por gentes de países donde se hable francés. Blatter, que no es precisamente un santo, ha dejado bien claro algo que cuesta asumir, pero que cae por su propio peso: el fútbol es un negocio y por esos parámetros empresariales se mueve. Suena mal, nos negamos a aceptarlo y desearíamos otro panorama, pero no hay más que darse una vueltecita por nuestros clubes para confirmarlo. Blatter sólo está cumpliendo objetivos. No le queda otra.
María José Navarro
Tan feo como la «realpolitik»
De Sepp Blatter se pueden decir muchas cosas malas, como de todos los altos dirigentes internacionales. Los tiempos de Coubertin pasaron y el asociacionismo deportivo ya no consiste en unos caballeros aburridos que se entretienen con una actividad a medio camino entre el amor por los retos y la filantropía. Ahora todo es política y dinero, de modo que hay que manejarse con las implacables reglas que dictan los mercados y las cancillerías. O sea, que de Blatter se pueden decir las mismas cosas malas que se podrían haber dicho de Samaranch. Cuando el presidente de la FIFA fallezca, se escribirá lo mismo que leímos en España hace unos meses. «Modernizó el fútbol, lo universalizó y blablablá…». Unos señores tienen atribuida, con la aquiescencia unánime de más estados miembros que tiene la ONU, la potestad de decidir qué nación acogerá un evento que proporciona una incalculable rentabilidad de imagen y que mueve una calculable (y enorme) cantidad de pasta. Sin más órgano regulador que sus conciencias, qué risa, ni instancia jurisdiccional que vigile su proceder, pues el recurso a los tribunales ordinarios conlleva la expulsión inmediata del «planeta fútbol» (o «familia olímpica»). ¿Hay algún lector tan ingenuo como para pensar que es imposible torcer la voluntad de quienes tienen en sus manos una decisión tan trascendente y no comporta riesgo alguno decantarse por cualquier candidatura? Por supuesto que Blatter y sus secuaces consideran intereses bastardos cuando encargan a la Rusia de los oligarcas postcomunistas la organización de un Mundial. Pero tampoco la designación de España y Portugal habría sido inocente. La «realpolitik» consiste en aceptar este guiñol.
Lucas Haurie
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