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OPINIÓN: Rumore

La Razón
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Durante estos días convulsos, he tenido la triste oportunidad de volver a comprobar cómo los rumores, o mejor, los bulos (rumores interesados) se extienden por Internet como un cáncer, produciendo un daño tremendo difícil de subsanar. Como ha observado Martínez Selva, el rumor es una «casi mentira» que puede «poner en peligro la convivencia en grupos y entornos sociales reducidos». En el rumor hay una verosimilitud, un «podría haber pasado», que se transmite progresivamente sin ser contrastado y que acaba fundando una realidad sin forma delimitada, pero con presencia tangible. Esa «casi mentira» suele ser de transmisión oral o, en cualquier caso, privada. Sin embargo, con la transformación de la esfera pública que tiene lugar en el mundo contemporáneo y con la redefinición de los ámbitos de lo público y lo privado, el rumor, al ser escrito, transmitido, fijado, «publicitado» o mediatizado, acaba produciendo una realidad mucho mayor que la provocada a través del boca oreja. Los límites se han extendido, y los peligros y potencialidades, también. Hoy, el rumor circula a una velocidad metastática imposible de imaginar y, sobre todo, que ya ha salido de los límites locales en los que habitualmente se desarrollaba. El rumor digital es, por tanto, mucho más dañino. Y difícil de contrastar en su realidad de origen. Así las cosas, sólo nos cabe confiar en una ética de la lectura, en una escucha responsable que sepa, literalmente, poner en duda lo que oye. Sólo un nuevo escepticismo radical, un principio de desconfianza absoluta, un «si no lo veo, no lo creo», nos puede salvar de la hegemonía del rumor 2.0.