Iglesia Católica
Sin la familia no hay futuro
El domingo pasado, al mismo día siguiente de la Navidad, con gozo y admiración, celebramos la Sagrada Familia. El Hijo de Dios se hace miembro de una humilde familia judía. Así se muestra, una vez más, la verdad de la Encarnación del Hijo de Dios. Jesús, el hombre-Dios, Hijo de Dios, vive el amor familiar de un padre y de una madre. La humilde familia de Nazaret nos enseña el significado de la familia misma, su comunión de amor, su sencillez y austera belleza. La Sagrada Familia obedece las indicaciones del enviado de Dios y se abandona a su Providencia. En aquel hogar de Nazaret tenemos la gran escuela de la familia, donde se aprende esa gran lección del amor, del silencio, la oración, y el trabajo, tan necesaria para la vida y el futuro de toda familia, en la que se juega el futuro del hombre y de toda la sociedad.
Vivimos tiempos no fáciles para la familia. La institución familiar se ha convertido en blanco de contradicción: por una parte, es quizá la institución social más valorada por las encuestas, también entre los jóvenes, y, por otra, está sacudida en sus cimientos por graves amenazas claras o sutiles. La familia se ve acechada hoy, en nuestra cultura, por un sinfín de graves dificultades, al tiempo que sufre ataques de gran calado, a veces muy solapados e insidiosos, que a nadie se nos ocultan. Cuando se ataca o deteriora la familia, se pervierten las relaciones humanas más sagradas, se llena la historia personal de muchos hombres y mujeres de sufrimiento y de desesperanza, y se proyecta una amarga sombra de soledad y desamor sobre la historia colectiva y sobre toda la vida social. Detrás de todos los cambios culturales, de las cifras o de las estadísticas, hay siempre, no lo olvidemos, personas concretas que sufren. Detrás, por ejemplo, de ese alto número de separaciones y divorcios que se dan en España, hay hombres y mujeres que padecen y sufren, sin duda alguna. Y, sobre todo, hay muchos miles de niños y jóvenes, inocentes, que padecen tales desuniones y rupturas. ¿Quién se acuerda de ellos?
La familia ha de ser, conforme al plan de Dios, nuestra primera prioridad. En la existencia del hombre, en sus gozos y sufrimientos, lo más determinante es la familia. Y esto lo vemos más aún en la actual crisis social y económica, de la que no anda lejos la crisis en que se ve la familia; ella no es ajena a esta crisis, como sujeto y objeto; la familia, empero, una vez más, salvará y salva las cosas. En la familia cada uno es reconocido, querido, respetado, valorado y ayudado por sí mismo. Por eso la familia, asentada sobre la verdad del matrimonio, es indispensable para que la persona pueda reconocer la verdad de su ser hombre y del bien común. Donde acaba la familia, empiezan fácilmente la intemperie, la marginación y el dolor más sensible. ¿Quién puede tener interés en socavar este pilar de toda persona y de la misma sociedad?¿Por qué grupos, presumiblemente minoritarios, pero terriblemente influyentes, son tan eficaces, y por qué la sociedad se inhibe y se desentiende con irresponsable descuido?
Por todo ello creo que lo más necesario, atendiendo a las necesidades más urgentes y apremiantes del momento actual, es orar y trabajar en favor del matrimonio y de la familia. El matrimonio y la familia son la entraña misma de la vida de la Iglesia y de su misión, el modo concreto en que la Iglesia prolonga la Encarnación de Cristo, y se hace, como Cristo, amiga de los hombres y luz en su camino. El camino de la Iglesia, a partir de Cristo y de su Sagrada Familia, es la familia, que es lo mismo que decir que el camino de la Iglesia es el hombre, o que es el mismo Cristo.
El hombre está hoy en un particular peligro, cierto que por la deshumanización patente en el poco aprecio o ataque a la vida, o por la conculcación tan repetida de la dignidad inviolable del ser humano, pero también, quizá sobre todo, por la desfiguración o ataques directos o solapados, ideológicos y reales, contra la verdad del matrimonio y la familia, que afectan a la dignidad constitutiva del ser humano y comprometen las posibilidades sociales del desarrollo pleno e integral de la persona, de su mismo destino y de la sociedad. Ante la actual encrucijada sociocultural en que se ven el matrimonio y la familia, se hace imprescindible recordar, afirmar y defender la importancia de la familia como corazón y célula de la sociedad, como fundamento y base para el desarrollo de la personalidad humana y de la sociedad. No hay progreso ni desarrollo sin la familia.
Llama la atención y escandaliza que no se haya atendido y cuidado más, ni se haya promovido y protegido más y mejor a la familia. Al contrario, con ceguera empecinada, se han estado promoviendo medidas, formas de vida y legislaciones que la deterioran gravemente en una dimensión tan delicada como la de su verdad, su imagen y valoración moral. Sin la familia no saldremos de la crisis; deteriorándola, como viene ocurriendo, nos sumiremos aún más en el drama de esta crisis y sus terribles consecuencias; sólo proporcionando una decidida protección y promoción familiar, socioeconómica, cultural y educativa, tan necesaria y urgente, se podrá detener y superar el proceso de la dramática crisis que nos envuelve. La familia, hoy, en la crisis, y siempre, nos salva, nos ayuda y protege, nos da el necesario calor del hogar.
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