Roma

Campaña de rebajas por Martín Prieto

A estas alturas, un mitin es una ceremonia atávica dirigida a los fieles de fe inquebrantables. Así que todo lo que se dice –si se dice algo– tiene que ser claro y caber en un titular a cuatro columnas 

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En una campaña lejana, el fallecido José María de Areilza, Conde de Motrico, accedió a un hotel entrando en el salón donde suponía a sus partidarios y fue estrechando manos y abrazando espaldas… hasta que descubrió a los novios, dando una elegante media vuelta sonriente y yéndose a la sala correcta. Fraga entró en tromba en unos grandes almacenes y al salir saludó efusivamente a un maniquí que se desarticuló entre sus brazos. Joe McGuinis en su clásico «Cómo se elige a un Presidente» desvela el tinglado de jefes de campaña, asesores de imagen y televisión, periodistas y correveidiles que forman la alborotada tropa electoral. Está comprobado neurológicamente que nadie mantiene toda su capacidad de atención más allá de quince minutos de discurso. Hasta a Ortega y Gasset, que chisporroteaba verbalmente, se le dormíanlos oyentes que habían pagado por escucharle.

Es imposible que un mitin aspire a pretensiones didácticas. Hay que bajar el listón y colocar el mínimo común denominador lo más bajo posible para que lo entiendan los analfabetos integrales. Mensajes cortos, lemas, mantras, consignas y un titular por acto que quepa a cuatro columnas. Para la televisión un fondo de personas agraciadas y jóvenes, y atención al piloto rojo que les avisa de que entran los telediarios en directo y el candidato ha de meter volumen a su énfasis. Y que no falte una chocarrería sobre el adversario para que goce el público entregado en un éxtasis amoroso. El antañoso lema apócrifo de la Guardia Civil: paso corto y mala leche.

Estas elecciones son atípicas porque son una primera vuelta de las generales de marzo, se mezcla Bildu con los recortes sociales, las hipotecas con los gastos sanitarios y Roma con Santiago. Corte de los milagros, patio de monipodio y espejos deformantes del Callejón del Gato. Tengo que ser imparcial, pero parece que los socialistas han optado por la crispación y el insulto deshuesado ante un Mariano Rajoy y compañía que están manteniendo la corrección y la mesura, renunciando a los fuegos artificiales.

Esperanza Aguirre tendrá que repetir el juramento de Santa Gadea para explicar que no habrá copago sanitario en Madrid mientras presida la Comunidad. A Tomás Gómez le da igual y la semana entrante la tildará de Cruella da Ville abrigándose con la piel de los dálmatas. Ahora todos son padres de la «hipoteca americana» (viviendas por crédito), aunque sea Esperanza quien la ha convertido en noticia reconfortante. Que la izquierda no jalee que eso es un invento de los aborrecidos estadounidenses expandido en todo el mundo y que nos llega tarde. Podría habérsele ocurrido a Zapatero en su primera Legislatura.

La concurrencia de ex presidentes y el actual interino hace añorar los terribles ejercicios de Ignacio de Loyola, so pena de tristeza maligna. Preguntado Zapatero por el reto de las generaciones futuras, responde que la gestión de los bienes públicos globalizados. Creí que era la gallina. Interrogado sobre su mayor satisfacción contesta que el matrimonio homosexual. Con todo el respeto a los gays, si éste es el mayor logro en ocho años no es de extrañar que tengamos un 21% de paro.

Vieja corrupción

Mi viejo amigo Felipe González, que sigue metiéndose en el jardín de los GAL, ahora a cuenta de Ben Laden, acusa al PP de institucionalizar la corrupción: Filesa, Cruz Roja, el Boletín Oficial del Estado, Flick, Fondos Reservados, Guardia Civil, Ministerio del Interior, corrupción de tortura y asesinato, y hasta un Ministro de Agricultura que no pagaba impuestos. Hay corrupción desde que se escribe la Historia y en los aleros del PP también anidan urracas, pero si alguien permitió (o ignoró) la corrupción en los más solemnes despachos del Estado fue Felipe. El defecto recurrente del PSOE reside en estimar que sus militantes y simpatizantes padecen alzhéimer o simplemente son imbéciles. Y malos pasos en los que anda Carme Chacón, que será presidenta pero cuando lluevan ranas (a veces llueven). Menos saltitos, menos caminos hacia la gloria y menos retórica. El marido, el pérfido Barroso, la traiciona en lo peor: en el consejo.