Cuba

La vuelta

La Razón
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Qué cosas tan especiales pasan tras las vacaciones. Ves la ciudad de siempre con los ojos sorprendidos de la infancia, como si fuese nueva, pero absolutamente íntima. Andas despacio por las calles, calibrando la luz y los sonidos. Tardas en encontrar las cosas en tu propia casa. He echado un vistazo a los periódicos y está todo como siempre: Fidel Castro en Cuba, Hugo Chávez en Venezuela, Rodríguez Zapatero con el PNV y un hato de mineros pobres atrapados en las galerías de un pozo. Podría dedicar el artículo a Trinidad Jiménez o a la exposición de Shanghai pero, con el picor de la sal del mar en los labios, esas cosas no me saben a nada. Prefiero hacer en público propósito de no olvidar la mirada plana y feliz de los peces con los que me he topado, o la certeza de que, cuando haya muerto, seguirá igual la montaña roja labrada de orificios que ha sido mi paisaje en el Cabo de Gata. A lo mejor me ayuda a ello la anécdota del escalador que me ha contado un amigo este verano: «Un tipo se cae escalando de noche el Everest y queda suspendido de una cuerda en el vacío. Hace un frío atroz y no ve nada. –¡Dios mío, Dios mío, si existes, ayúdame, te lo suplico!, grita desesperado. Una voz oscura y potente le responde: –Hijo ¿qué tienes? –¡Sálvame Dios, sálvame! –Suéltate sin miedo, déjate caer suavemente, hijo mío querido, dice la voz. Las noticias rezaban así al día siguiente: «Hallado en el Everest un montañero suspendido de una cuerda a dos metros del suelo». A ver si este curso dejo de imitar al montañero.