Teatro

Teruel

«Las lágrimas ennoblecen»

El compositor, uno de los más prolíficos en cine y televisión, firma la música de «La dinamita está servida», que el viernes regala LA RAZÓN

García Abril compuso la música de «La dinamita está servida» (1968)
García Abril compuso la música de «La dinamita está servida» (1968)larazon

Siendo ya un clásico, Antón García Abril no se muestra expuesto en peana o pódium ni encerrado en la urna de cristal de la solemnidad o la gravedad, no es etéreo ni se escuda en erudiciones o pedanterías. Antón es amable, sencillo y risueño. Hay en él, eso sí, ese áurea especial (su mujer se llama Áurea) que se adivina en los hombres que son felices haciendo lo que aman. Antón siempre ha dicho que escribe música para sí mismo. Y hoy, a los 77 años, sigue en las mismas. Durante mucho tiempo hizo gran cantidad de música de cine y series de TV. Por ejemplo, de él es la música de la película que este periódico regala el próximo viernes, «La dinamita está servida», de Fernando Merino.

-Un atentado contra un rey exótico en clave de comedia. ¿Es difícil componer para algo así?
-Para algo así y para algo distinto. El difícil componer siempre, pero más aún para cine y TV. Tienes que seguir unas pautas de guión, fotografía, dirección... Hay que convertir la servidumbre en grandeza.
-Hablando de atentados. ¿Qué atenta hoy contra la música?
-La vulgaridad es la gran enemiga de todo. No se aspira a la grandeza, sólo a la satisfacción cotidiana.
-Se habla del director, del actor, del productor... ¿El músico es el gran olvidado del cine?
-Siempre lo fue. Siendo importante, queda relegado. Pero no se puede generalizar. Hay directores que les gusta mucho la música, otros parecen sordos.
-Tiene una gran obra sinfónica, la ópera «Divinas palabras»... ¿La música de cine es menor?
-No hay género menor: hay buena música o mala música. Así de sencillo. Un pasodoble puede ser magnífico y una ópera, horrible.

(El pelo blanco, largo, descansando en los hombros, las manos fuertes que se mueven al compás de sus palabras, los ojos muy vivos, el rostro carnoso. Viste de sport. Vive en Las Matas. Hace muchos años tenía dos opciones para sobrevivir: dar clases o hacer música para películas, y eligió el cine, al que considera el arte del siglo XX. No le placen mucho los conciertos de bandas sonoras, ahora de moda: «Prefiero esa música donde tiene su pleno sentido: en el cine». Si tuviera que elegir una de sus bandas, sería la que compuso para la serie televisiva de Félix Rodríguez de la Fuente, «El hombre y la Tierra»).

-La música es muchas veces la culpable de que lloremos en el cine...
-Claro, la música es el lenguaje de los sentimientos.
-¿Llora en el cine, maestro?
-Lloro y sin ninguna vergüenza. Me daría vergüenza mostrarme violento, hacer el mal. Las lágrimas ennoblecen. Los grandes hombres siempre han llorado.
-Hizo hasta «espagueti westerns». ¿Se arrepiente?
-No me arrepiento de nada. La vida no se enseña, se aprende. Yo he aprendido con todo, hasta con las películas de terror, en cuyas músicas incluí elementos de vanguardia.
-Es autor del himno de Aragón. ¿Hay que ser muy patriota para componer un himno?
-No lo creo. Sólo hay que sentir la propia tierra de forma profunda.
-Los himnos nos emocionan, pero también nos llevan a la guerra...
-Cierto, pero ya no tienen la importancia que tenían en el siglo XIX. Ahora a la guerra nos lleva el petróleo.

(Es de Teruel, todo él. Baila la jota, pero mal. Es de los que cree que al himno nacional español le falta letra, dice que le da cierta vergüenza cuando en las competiciones internacionales ve que los demás cantan y nosotros sólo podemos tararear el «chunta-chunta». Vivió el franquismo trabajando mucho: «Se hacía mucho cine y me llamaron para muchas películas y series de TV; como la música no se puede censurar, no tuve problemas; la música es un lenguaje abstracto». Dice que no hay que romper con nada, que ese fue el exceso de algunos vanguardismos. Busca en la música la comunicación a través de los sentimientos: «La música nos hace mejores cuando nos emociona; la emoción dignifica al hombre»).

-Dice también que hoy la vanguardia no tiene sentido...
-Cierto. Una cosa es la experimentación y otra el arte. Muchos lo confundieron y alejaron a la gente de los conciertos porque no entendían o les espantaba lo que oían. Los jóvenes han recogido otra vez la antorcha de la música pura.
-¿Y qué cree que quedará de su obra?
-Lo que los intérpretes quieran, lo que el público quiera. Quedará la ópera «Divinas palabras»; quedará, creo, una parte importante de mi obra.
-Tiene 77 años. Cuénteme qué ha ido dejando por el camino...
-Mi único vicio ha sido trabajar. Dejé el tabaco hace tiempo. No dejaré nunca de trabajar, los viajes y la buena mesa. La buena mesa la mantengo y cada día soy más exigente. Tampoco el buen vino.
-Ya: es fuente de inspiración, la gran musa...
-Sí, pero si te pasas puedes acabar haciendo vanguardismo...
(Nos reímos. Ha ganado lo que la realidad le ha ido enseñando; ha perdido fuerza física, «pero no intelectual». Me dice que cada día disfruta más de las pequeñas cosas: «No le dé vueltas: ése es el secreto»).


Recompensa: 80.000 dólares
Pocos saben lo que va a desencadenar la llegada a un lujoso hotel de la Costa Brava del rey de Chaila, un monarca que decide visitar nuestro país y no sabe a lo que se va a exponer. Todos los ojos están pendientes de él y algunos con aviesas intenciones. Un grupo armado decide contratar a un experto en atentados para que liquide al citado gobernante por 80.000 dólares, mientras una pareja que vive al margen de la ley, Mike y Dory, sueña con robarle todas sus joyas en un descuido. Con este delirante argumento tejió Fernando Merino los mimbres de «La dinamita está servida», una comedia de 1968 que contó en su reparto con Laura Valenzuela, Tony Leblanc, Alfredo Landa y Manolo Gómez Bur. El guión lo firman a cuatro manos José Luis Dibildos
y Noel Clarasó.