Nueva York

Búsquese su isla por Cecilia García

María José Suárez en Ibiza, en una imagen de archivo
María José Suárez en Ibiza, en una imagen de archivolarazon

Me he resistido a darme cuenta, pero es un hecho: desde hace unos años no eres nadie sino pasas al menos un fin de semana en Ibiza. Podrás haber estado en la India, en Nueva York o Berlín, pero nada, no otorga ningún pedigrí. Es más, incluso puede ser una vulgaridad patear las calles mientras otros se deslizan por las pitiusas, porque allí no andan, levitan de lo encantados que están de haberse conocido. Otra vuelta de tuerca: si no eres nadie, si no estás en Ibiza, ya eres menos que cero si no tienes una embarcación por pequeña que sea, los flotadores no valen para que te lleven de cala en cala y tiro porque me toca. Conozco la isla, me gusta, pero lo que la realza año tras año es la cantidad de famosos por metro cuadrado que moran allí. La nómina es amplia: en julio se pudo encontrar a media Selección de fútbol: Cesc, Piqué y Puyol descansaron allí, como Guti con su novia intermitente Noelia López. Suma y sigue: Carmen Thyssen, su hijo Borja, Ana Rosa Quintana, la Duquesa de Alba, Paris Hilton, María José Suárez... si hasta Antonio David Flores se deja caer por la isla para lo obvio: que algún fotógrafo le haga una instantánea. Belén Esteban en esto es más auténtica y fiel: de Benidorm no pasa. Ella es más de piscina, de pollo al ast y tinto de verano.

Pero hay otras Ibizas donde, si las clases sociales se miden por la bebida, no se toma gin-tonic en la proa de un barco y sí Red Bull y otras energéticas, sangría y cubatas hasta desfallecer. Son los anónimos que eligen Ibiza por dos razones: porque les hace muchísima ilusión pensar que están compartiendo isla con todos esos personajes que ven por la televisión –aunque allí ni los huelen–, y esas hordas de ingleses que toman la isla para irse de discoteca en discoteca, presumir de «moreno langosta» y ligar, o al menos intentarlo, desde el ocaso hasta el amanecer.

Sería de desear que Ibiza no se muera de éxito, como ocurrió en su día con Marbella, aunque este año parece que está volviendo a tomar impulso gracias a Antonio Banderas –¿por qué desde que está en Hollywood habla con acento andaluz y cuando era una estrella patria ni se le notaba?–, Melanie Griffith y esa Carmen Lomana que se ha hecho famosa casi por casualidad con ese hablar tan lánguido y esa actitud tan pasota, como si la popularidad le resbalase.

Yo, con todo, habiendo estado en ambos sitios y en Sotogrande –donde se sustituyen los famosos por los millonarios–, me quedo con Menorca –conquistada por la izquierda llamada del caviar, a los que ni se les ve, ni se les tiene en cuenta como reclamo turístico– y con Formentera, refugio de los actores jóvenes de nuestro país, intuyo que desde que Julio Medem la puso en el mapa con «Lucía y el sexo».