Eurocopa

Bélgica

Invictus

La Razón
La RazónLa Razón

El gol de David Villa, que el pasado martes dejaba en la cuneta a Portugal en el Mundial de Fútbol, deportivamente hace historia, es evidente que nos vuelve a situar en la élite de los ocho mejores. Un golazo que puso a España en pie, de nuevo encantada, con una selección que transmite magia y compenetración.
El gol de Villa ante Portugal es un gol más de un Mundial más, que vuelve a encender la ilusión de todos. Es verdad que algunos piensan que estos triunfos políticamente le vienen muy bien a un Gobierno, el de Rodríguez Zapatero, que se encuentra abatido por la crisis económica y que tiene de forma inmediata un complicado futuro. Ésa es una cara de la moneda, con un alto componente político, pero que a la hora de la verdad no es aplicable de la forma literal con que se ha expuesto en estas líneas. Pensar que un triunfo de España en el Mundial favorece al Gobierno puede tener algo de razón, pero es tan efímero que tiene una relevancia muy relativa.
Puestos a interpretar más allá de lo deportivo los triunfos de España en el Mundial, me quedo con otro. Quizá más utópico, quizá más sentimental, quizá más idealista; pero que desde luego ahora nos viene muy bien. Nos ayuda en un momento en que el modelo de Estado se presenta como un interrogante con los efectos que están provocando la sentencia del Constitucional sobre la reforma del Estatuto de Cataluña.
Ver jugar a la selección española de fútbol, en la que por cierto hay una mayoría de jugadores catalanes, todos bajo la misma camiseta, bajo el mismo escudo y bajo la misma bandera. Partirse la cara en un campo de fútbol para que España pueda llegar a la final del Mundial tiene una lectura por lo menos reconfortante cuando se pone en duda el modelo de Estado, cuando se juega a la división nacionalista, cuando se azuza el enfrentamiento entre Comunidades que no tiene reflejo entre los ciudadanos y cuando se huye del concepto España como el que huye de la bicha.
Otra vez ha sido España en un Mundial, la que nos vuelve a unir de verdad. Miles de banderas, de pancartas, de gritos de apoyo y de evidentes muestras de cariño a la nación española certifican que España es una nación plena, sin capacidad para la división y sin los ficticios enganchamientos políticos. España está por encima, y aunque sean necesarios los goles de Villa, de Iniesta o de Torres para demostrarlo; al final las cosas quedan claras. Muy claras.
Esperemos que el tiempo y la negligencia de los políticos no nos conviertan en una Bélgica donde el futbol es lo único que une a flamencos y valones. En España la unidad está asegurada aunque a veces sean necesarios los golazos de Villa para demostrarlo. Es una pena. Pero desde luego nos tenemos que agarrar a lo que tenemos. Y eso es mucho. ¡Invictus!