Nueva York

«Tea Party»: el triunfo de una nueva forma de hacer política

Cuando la activista conservadora Keli Carender decidió organizar en Seattle (estado de Washington) el que se considera el primer acto del «Tea Party» apenas contó con más apoyo que el de sus colaboradores cercanos. Tampoco lo buscaba. Todo fue espontáneo.

Sarah Palin ha dado impulso a un movimiento espontáneo
Sarah Palin ha dado impulso a un movimiento espontáneolarazon

 Simplemente quería protestar en contra de la ley de estímulo económico que al día siguiente -el 17 de febrero de 2009- iba a firmar el presidente Obama. Y hubiera pasado sin pena ni gloria de no ser porque después llegó la aprobación in extremis de la reforma sanitaria, la gran promesa política de los demócratas; el aumento del desempleo, la pérdida de apoyos entre el electorado y el enfado de los estadounidenses ante la incapacidad del presidente para impulsar la economía.
Si bien a aquella primera reunión sólo acudieron alrededor de 120 personas, Keli Carender lo considera un gran logro: «Me parece increíble que consiguiese reunir a ese grupo de gente en la ciudad más azul de todas las urbes americanas».
 Un año después, el apoyo del «Tea Party» en Boston ayudó a que el republicano Scott Brown se hiciese con el escaño de Ted Kennedy. La derrota fue un duro golpe moral para los demócratas, más que nada porque el escaño había «pertenecido» a la familia Kennedy durante más de 50 años. Después, fue el activista del «Tea Party», Dean Murray, quien ganó en el estado de Nueva York. Y es que la influencia del «movimiento conservador» no respeta colores: en abril, el senador republicano de Utah, Bob Bennet, perdió las primarias dentro de su partido tras una campaña en contra de los chicos del «party». Pero faltaba una demostración de fuerza: en agosto, el comentarista Glenn Beck y la derrotada candidata a la vicepresidencia Sarah Palin reunieron a 300 mil personas ante el monumento de Lincoln. El lema, «Restaurar el honor», era una crítica directa a Obama. Pero sí, la Prensa liberal ha entrado a saco en la «periferia» del movimiento, destacando las salidas de tono de los republicanos más radicales, como la de Christine O´Donnell, aspirante al Senado por Delaware, afirmando que la masturbación debe considerarse un pecado, o Ron Paul, político de Kentucky, que pedía revisar la ley de derechos civiles; el «Tea Party» ha sabido conectar con una gran parte del electorado a quien preocupa el enorme déficit fiscal estadounidense y el aumento de la carga fiscal.
La pasada semana la periodista de «The New York Times», Kate Zernike, que ha hecho un análisis a fondo de los candidatos republicanos, revelaba que un centenar y medio tienen relación con el «Tea Party».
En un principio, los consejeros de Obama pensaron que la elección en primarias de políticos inexpertos respaldados por el «Party» podría ir en contra de los republicanos. Ahora, no están tan seguros. Y aunque analistas como Randall Miller, de la universidad de St. Joseph's, advierten que «de ser elegidos, no le deberán nada al Partido Republicano; irán contra el establishment y serán poco efectivos»; estos activistas reivindican su parte del sueño americano: un trabajo, un hogar, un coche, una buena jubilación y una vida sin las interferencias del gobierno.
Y se preguntan dónde han ido a parar sus impuestos. Y el equipo de Obama ya se ve los dos próximos años con el Congreso en contra.