Elecciones Generales 2016
La alternativa es el PP
Los jóvenes acampados en la Puerta del Sol atribuyen su frustración y malestar a, entre otros motivos, la ausencia de alternativas políticas que los representen y que defiendan su modelo de sociedad. De ahí que aseguren abominar por igual de PSOE y de PP, a los que culpan de fosilizar la acción política y de taponar los cambios que necesitan la sociedad y las instituciones. Puede que tengan algo de razón. De hecho, no es la primera vez que se oye esa misma acusación y otros pequeños partidos, como IU y UPyD, llevan mucho más tiempo advirtiendo de los efectos negativos que encierra un bipartidismo que copa más del 80% de la representación de los españoles. Pero las leyes son las que son y si no gustan o se consideran injustas lo democrático es promover otras para que las apruebe el Poder Legislativo. Así funciona la democracia y así lo exige el Estado de Derecho, que no es una improvisación ni una imposición de ningún partido, sino el resultado de un pacto constitucional entre todos los españoles. Por eso, al medir con el mismo rasero a quien gobierna y a quien está en la oposición, los «indignados» de Sol rehúyen la responsabilidad de elegir, se escudan en la descalificación general y se pierden en propuestas que van desde la utopía estilo boy scout hasta el rancio ideario de la extrema izquierda, pasando por ocurrencias infantiloides impropias de jóvenes universitarios. La pésima situación económica, social y anímica que padece España no es una plaga bíblica ni la fuerza de un destino inexorable. Es consecuencia de hombres y mujeres concretos, de gobernantes con nombres, apellidos y filiación ideológica, de partidos y de programas políticos que han sido votados democráticamente. Por tanto, lo que procede ahora, ante las elecciones de mañana, es decidir y elegir, censurar a unos y confiar en otros. Lo que no vale es meter en el mismo saco a tirios y troyanos, a los causantes del desastre y a los damnificados. Nada hay tan conformista y tan nocivo para el progreso como la descalificación general, sin matices ni distingos. Eso fue, justamente, lo que hicieron en el siglo pasado los dos movimientos totalitarios, el fascismo y el comunismo: desprestigiar a los grandes partidos democráticos presentándolos como los causantes de la crisis económica y moral que padecían las sociedades europeas. En consecuencia, las elecciones municipales y autonómicas de mañana son la oportunidad perfecta para actuar como demócratas y poner a cada cual en su sitio mediante el voto. El Partido Popular que dirige Mariano Rajoy dista mucho de ser un partido perfecto, desde luego, pero es la única alternativa real, viable y fiable que tienen los votantes para salir del pozo del desempleo y del desaliento en que los han sumido siete años de Gobierno socialista. No es casual que todas las encuestas y sondeos de opinión coincidan en los mismos pronósticos: allí donde ya gobierna, el PP recibirá el mismo apoyo que ya tenía o lo incrementará aún más; y donde es oposición, tiene altas probabilidades de desbancar al PSOE. Y en democracia, lo que cuenta y decide es la voluntad de la mayoría, no los deseos de una pequeña minoría que sólo se representa a sí misma.
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