Valencia
La mejor política de España por César Vidal
Conocí personalmente a Esperanza Aguirre hace ya bastantes años. Fue en las jornadas liberales que todavía entonces nos congregaban a algunos en el pueblecito aragonés de Albarracín. Esperanza no tenía ponencia alguna y simplemente vino como una compañera más de los que creíamos que las viejas recetas liberales podían ayudar a sacar a España del marasmo en que la había hundido más de una década de Gobierno socialista. Yo sí era ponente y estuve hablando, con cifras sacadas de las propias fuentes soviéticas, de cómo el sistema del bienestar había fracasado escandalosamente en la UR SS. Esperanza me felicitó cordialmente y me comentó que estaba leyendo mi libro «La ocasión perdida». No era el halago del político. Una mañana, durante el desayuno discutió conmigo algunas de las cuestiones jurídicas que planteaba mi libro. Por aquel entonces, tengo que decir que a quien más impresionó fue a mi hija Lara, que, durante varias semanas, estuvo repitiendo que de mayor quería ser Esperanza Aguirre.
En el curso de los años siguientes y, sobre todo, tras asumir la presidencia de la Comunidad de Madrid, llegué a la conclusión de que Esperanza era la mejor política que hay en España. Durante sus sucesivos mandatos, colocó a Madrid a la cabeza de España, logró que los servicios funcionaran mejor que en cualquier otro sitio y sin los déficits escandalosos de otros lugares, consiguió que se continuara creando empleo, asumió las iniciativas más audaces y además dejó de manifiesto que si el socialismo es una plaga bíblica, el liberalismo tiene las claves para la recuperación económica de una sociedad.
Cercana, cálida, popular, culta, jamás se dejó amilanar por los cenutrios que, envueltos en el ropaje de la progresía, le arrojaron encima toneladas de calumnias y de demagogia. Sólo ella tuvo el valor de apuntar en plena crisis a cánceres que la habían ocasionado como los liberados sindicales o el actual desarrollo de las autonomías. Sólo ella se atrevió a plantear la privatización de las televisiones autonómicas o la devolución de competencias. Sólo ella ha tenido y tiene una idea clara de cómo salir adelante.
No resulta extraño que la izquierda le dispensara desde el principio el odio que reserva para aquellos que sabe que son indomables, que ponen de manifiesto las falacias progres y que aportan verdaderas soluciones. Durante años, lo que más temió el PSOE fue un PP encabezado por Esperanza Aguirre e hizo todo lo posible por impedirlo. No fuimos pocos los que nos llevamos un disgusto al ver que en el congreso de Valencia, Esperanza no se enfrentaba con Rajoy para encabezar una derecha moderna, con sentido de nación y de Estado, y con ideas claras para remontar la crisis. Fue magro consuelo el que Esperanza prefiriera seguir haciéndolo mejor que nadie en Madrid. Ahora, en tiempo real, pero al otro lado del Atlántico, me entero de que acaba de anunciar que se retira y se me cae el alma a los pies pensando qué será de la política nacional sin ella. No dudo de que tendrá sobradas razones, sin embargo, tras tantos años, sólo acierto a decirle dos frases: ¡Gracias, presidenta! y ¡Esperanza, vuelve!
César Vidal
Escritor
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