Pamplona
No saben lo que es un asesinato
En la actualidad, el asesinato se define por la alevosía, que es todo lo que favorece la falta de defensa de la víctima
El Tribunal Supremo ha dicho que la muerte de Nagore Laffage, una bella y joven enfermera de veinte años muerta el 7 de julio, día de San Fermín, de 2008 en Pamplona, a manos del psiquiatra José Diego Yllanes es un homicidio y, personalmente, con todos los respetos, considero que es una equivocación garrafal. Es más, creo que en nuestro ordenamiento jurídico se ha puesto más difícil que nunca reconocer un asesinato, la pena máxima del código penal, o, como debería decirse, «la pena reina». Y esto es así desde que la definición de asesinato perdió la calidad de «premeditado».
En la actualidad, el asesinato viene definido por la alevosía, que es todo aquello que favorece la falta de defensa de la víctima y por tanto la comisión del crimen. Antes, el asesinato se apoyaba en dos patas: la premeditación y la alevosía. Ahora se ha quedado colgando de una sola. Volviendo al caso de Nagore, su madre se ha movido por toda España, calles y platós para dar a conocer su tragedia: su jovencísima hija fue convencida, seducida, empujada o introducida en el apartamento del psiquiatra del que ya no saldría viva. Y no le han hecho mayor caso.
El presunto homicida es un hombre de 27 años, fuerte, joven, lleno de salud, y al parecer experto conocedor de artes marciales. Una vez en su piso se produce lo que la justicia nombra como «contacto físico apasionado». El fallo de la sentencia afirma que la brusquedad del joven fue interpretada «erróneamente» por Nagore como un intento de agresión sexual y respondió amenazando con «destruir su carrera y denunciarle», a lo que «Yllanes reaccionó golpeando y estrangulando a Nagore». Todo esto lo cuenta como si fuera lo más natural del mundo.
El relato que sirve para explicar lo que pasó no puede basarse en otra fuente que en lo declarado por el condenado. Por otro lado, es increíble que la sentencia admita con naturalidad que la respuesta a una supuesta amenaza de «destruir la carrera» del presunto, sea la de golpear y estrangular a la chica. De lo informado por el caso se sabe que la joven presentaba gran cantidad de lesiones, descartando las infligidas «post mortem». Si las heridas eran varias decenas, pongamos que se trató de una agresión airada, imposible de entender en una situación supuestamente amorosa. ¡Treinta heridas! Es decir no la respuesta airada de un arrebato, sino la secuencia de golpes que buscan un resultado contundente. La clave pues está en la autopsia y en el hecho de que fue estrangulada con una sola mano.
Por si todos estos indicios fueran pocos, el homicida no quedó sorprendido, afectado o apenado, sino que rápidamente se puso a la tarea de deshacerse del cadáver, del que llegó «a seccionar el dedo índice», principio que se admite como el inicio de una labor de descuartizamiento que fue incapaz de concluir. No hay cadáver, no hay crimen.
José Diego Yllanes es un psiquiatra al que presumimos competente por el lugar alcanzado en su profesión a pesar de su juventud y porque prestaba sus servicios en la selecta Clínica de la Universidad de Navarra. Como médico tenía una superioridad real para enfrentarse a cualquier situación difícil, en especial aquellas que tienen que ver con la depresión, el agobio o el miedo. Yllanes es un chico guapo, y un chico de posibles, y ha puesto encima de la mesa 126.000 euros para compensar a los padres de Nagore por la muerte de su hija, lo que significa una reparación importante del daño que, no nos engañemos, le hace ser merecedor de mayor consideración que otros, dado que es un gesto poco frecuente, por no decir inexistente.
Incapaz jurado popular
Además se le tiene en cuenta la posible intoxicación etílica, pese a que queda claro que nadie le vio bebido y que los que declaran le atribuyen sólo unas copas en toda la noche de San Fermín, que es como considerar una cucharada de sal en medio del océano. En cualquier caso, el homicida no decidió entregarse en el lugar del crimen, sino que finalmente, y tras recabar ayuda de un amigo que no logró, «envolvió el cadáver, limpió el piso y trasladó el cuerpo hasta Sorogain–Lastur, junto a los efectos personales de la víctima» a la que abandonó. Cerca de allí sería encontrado el propio autor.
La muerte de Nagore supera la apreciación de un jurado popular, incapaz de entrar en un sinfín de detalles técnicos, desde la apreciación del psiquiatra, que monta el insólito ataque de nervios en el vídeo de la reconstrucción, hasta la consideración de la casualidad como único detonante de que la pareja se encontrara en la noche de San Fermín y comenzara la tragedia.
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