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Fraga

La Razón
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Era yo muy pequeña, bastante pequeña, cuando Fraga ocupaba el despacho del Ministerio de Información y Turismo, aquel Ministerio a través del cual se inventaron los Paradores Nacionales, unos establecimientos hoteleros a buen precio con muebles castellanos pero donde el viajero encontraba parada y fonda por poquito dinero. Hoy son hoteles más sofisticados; la cosa ha ido evolucionando y poniéndose a la altura de los más exquisitos para no perder clientela, pero siempre bajo la filosofía fraguista. En aquellos tiempos, España se despoblaba por la emigración: había que irse a Suiza, Alemania o Francia a buscarse los garbanzos, o bien cruzar el Atlántico y explorar Argentina, Venezuela o México y, entonces sí, volver con los bolsillos repletos y montar una parrillada criolla o, incluso, quedarse allí para los restos y hacerse con el acento del país.
España se despoblaba por la emigración, pero se llenaba de turistas. Aquella avalancha fue obra también de Fraga y la estela brilla hoy todavía, en tiempos de crisis. Más tarde vino la Democracia, y ahí metió mano en la reconstrucción del país y en la elaboración de una Carta Magna que sirviera para poner las cosas en su sitio. Fraga ha sido una fuerza de la naturaleza: su vozarrón hacía temblar a los leones de las Cortes de la Carrera de San Jerónimo. Pese a ser gallego, nunca fue partidario de ese dar vueltas a la peonza, ese marear la perdiz típico de los que nacieron en el noroeste de la Península; siempre ha ido al grano directamente, sin doblez ni hipocresía. Hoy su voz es menos potente, pero estoy segura de que sus neuronas no han perdido actividad. Escribo este artículo desde el respeto y el agradecimiento, y le deseo una feliz retirada y muchos años de vida, porque alguna vez tendré que volver a pedirte consejo, don Manuel.