Japón

El tsunami y la primavera

La Razón
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Las noticias son una manada de ñus en estampida y aquí el periodista es un cazador que apenas tiene tiempo para cercar a una sola presa. Todas las demás huyen o las huimos con la restricción de que no cabe la letra pequeña del planeta en los treinta minutos de un telediario. A Japón le procuramos la huida de la primera plana mientras Libia se ha encaramado al Empire State de lo noticiable porque permite aquello que explicaba Camba (sí, otra vez Camba) en otro artículo: a los españoles sólo les interesa la información que les ayuda a enrocarse en su posición y arrearle en la cabeza al vecino. Las noticias que brindan una discrepancia, con pequeña violencia liberadora asociada: la del chillido, el tinto y el casino de poblachón. Libia es de esas informaciones y no así el Japón que, aunque asolado por la catástrofe, es un pueblo gregario, solícito, rico y tan educado que ha acotado, al menos, dos poéticas del desaparecer, la del kamikaze (en el plan nuevo son unos bomberos llamados «héroes de Fukushima») y la del harakiri. Con lo cual, a efectos de ayuda, venimos a decirles con su pan se lo coman. Este desastre no puede ser reducido sólo a una falta de cortesía de la naturaleza, como si los grados en la escala de Richter fueran los del medidor de un puching ball de feria. Con un etiquetado del desastre que exime a la maldad humana, se comete la torpeza de decir que el tsunami llegó como ahora llega la primavera.