Estados Unidos
El mito que apenas fue leyenda
Negar que Ben Laden se erigió durante un tiempo en figura de leyenda en el mundo musulmán es negar la ley de la inercia o el principio de Arquímedes.
Ni años antes ni años después, pero en el lustro que siguió al infame 11-S, segmentos sustantivos de la población, desde el Magreb al sudeste asiático, elevaron al cofundador de Al Qaida a la categoría de mito. Se le atribuyeron cualidades y excelencias nunca vistas a un seguidor de Mahoma y, desde la clandestinidad, su icono se rodeó de extraordinaria estima.
En países de identidad cultural y referentes históricos tan dispares como Jordania, Egipto, Líbano, Pakistán, Indonesia o Marruecos los apoyos a la violencia de matriz yihadista escalaron por momentos hasta tasas de casi el 50%. Por no hablar de Gaza y Cisjordania. Las cifras llegaron a ser escalofriantes. Pero esa efervescencia y ese tenebroso entusiasmo se ha ido apagando a medida que se ha probado el fracaso de Ben Laden en los dos vectores cardinales del terrorismo: matar y amenazar.
Ni «Al Qaida Central» ha consumado atentados de destrucción masiva en toda una década, ni los mensajes de audio o vídeo difundidos por Al Yazira, Al Arabiya, Abu Dhabi TV o diversos portales salafistas de internet han penetrado en las audiencias a nivel global. Al contrario, soflama a soflama, se han difuminado como un azucarillo en el café.
El hasta hace horas enemigo nº 1 de Estados Unidos declaró en su día que la guerra de la propaganda era hoy el elemento decisivo del combate; y añadió que podía tener una incidencia hasta del 90% en la victoria final. Y esa batalla, la de los medios de comunicación y la calle árabe, hace tiempo se la había ganado Occidente.
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