Lisboa
Eduardo Souto de Moura: «El reinado de los arquitectos estrella toca a su fin»
Es el hombre del día, aunque algunos le acaben de conocer. Ha hecho que se hablara de Portugal por razones diferentes a las crisis política abierta en el país, que ya es. El arquitecto de Oporto, exultante, vive un verdadero frenesí. Ahora, dice, tendrá más trabajo
Sabía Alvaro Siza que tarde o temprano el Premio Pritzker acabaría en las manos de Eduardo Souto de Moura. Era sólo una cuestión de tiempo, decía a este diario con una seguridad sin fisuras. Lo que sucede es que como la noticia se filtró a través de la web de una publicación española a última hora del lunes, el agraciado, sabedor del premio gordo, ni siquiera se pudo hacer a la idea porque el incumplimiento del embargo le pilló de sopetón y apenas podía dar crédito a lo que escuchaba a través del teléfono (pensó que se trataba de una «brincadeira», una broma, que dirían nuestros colegas peninsulares). No se lo creía, aunque quizá, sólo quizá, en su fuero interno pensara como el gran Siza Vieira, que era simplemente cuestión de tiempo.
Agarrado a un cigarrillo
Comparte con el arquitecto de Matosinhos ciudad de nacimiento y un indisimulado gusto por el tabaco. Sus líneas son depuradas y se considera «un arquitecto más que apenas puede creer que un jurado internacional haya sido unánime a la hora de ofrecerme el galardón. Porque este premio es para alguien que está en el país más apartado de Europa, en un extremo, y que, es quizá, uno de los arquitectos menos vistosos y más sobrios porque mi formación ha sido así», asegura Souto de Moura.
Tiene dos estudios, en Oporto, donde emplea a 35 personas (y que creó cuando decidió emanciparse de Alvaro Siza, para quien trabajó entre 1975 y 1979) y que es la casa matriz, y en Lisboa, una segunda casa que cuenta con un grupo que no llega a la decena, pero que ayer se alegraban como si fueran 300 los que trabajaran con él. El premio le vendrá bien «porque no es fácil mantener ambas casas y estaba realmente preocupado por lo que pudiera pasar en el futuro, y es que prácticamente el grueso de mi trabajo se desarrolla en el extranjero. Lo que yo quiero es trabajar en mi país todo lo que pueda, lo que sucede es que hay poca inversión pública y el momento no es el mejor», se lamenta. Lo sabe este hombre grande y barbado mejor que nadie, pues de sus proyectos están en dique seco: un convento en Tavira (en el sur portugués), un centro cultural en Viana do Castelo y un proyecto para ampliar el metro de Oporto. Él sabe lo que cuesta abrirse camino. Dicen quienes le conocen de cerca que es igual de transparente que sus edificios y que ayer se alegró el primero cuando supo que era el agraciado. Y terminó de darse cuenta casi de bruces al ver que los teléfonos echaban humo y que los medios nacionales y extranjeros se agolpaban a las puertas de su estudio. El día de ayer fue una locura, con cientos de entrevistas, un almuerzo frugal, y más preguntas y respuestas originales, un momento tan fugaz como imperceptible en el Hotel Flórida, en pleno centro lisboeta, muy cerquita de la Plaza del Marqués de Pombal, y más focos y fotos.
En Portugal, la noticia se ha recibido con un júbilo desusado para un país que no atraviesa precisamente ahora por uno de sus mejores momentos y que ha sido visto y calificado como «una inyección de optimismo» desde los titulares. Desde el Gobierno luso la felicitación ha sido unánime y sus compañeros, con Alvaro Siza a la cabeza de todos, no han escatimado halagos hacia la obra del flamante nuevo Nobel de Arquitectura. Él piensa que llega el Pritzker «en una situación dura que puede hacer que los ánimos se levanten y nos sintamos orgullosos de nosotros».
Sin rastro de pirotecnia
Fue primero estudiante de Bellas Artes, con conciencia y con ganas, hasta que se le cruzó en el camino uno de los artistas más destacados del pasado siglo, Donald Judd, a quien le cuadran como nadie los calificativos de minimalista. Fue entonces, o quizá ya le rondaba la cabeza la idea un tiempo anterior, cuando el joven Eduardo decidió dar un cambio, un giro en sus estudios y decantarse por la Arquitectura. De hecho, sus proyectos rezuman sobriedad y gustan más de la horizontalidad que de la línea vertical porque el artista es poco dado a los ejercicios de pirotecnia que sí han sido santo y seña de alguno de sus colegas internacionales.
Rumbo a Suiza
Sabe este trabajador infatigable de cincuenta y tantos años, que la crisis ha irrumpido como un huracán y se ha llevado por delante todo lo que ha pillado. Y a los arquitectos estrella, también. Y así lo explica: «Yo no creo que haya ganado este premio porque sea un arquitecto excepcional. La verdad es que pienso que en esta situación los llamados arquitectos estrella no van a tener un futuro tan brillante, su reinado ha terminado». En Portugal, dice que «se construye bien» y le gustaría asentar más sus reales en su tierra, aunque no puede quejarse de proyectos. Sí lo hace con respecto a los jóvenes que están empezando «y que se marchan de aquí porque el trabajo no está bien, no tienen empleo. Suiza es su destino», comenta con el deseo de que la situación pueda cambiar con el tiempo. Coincide con Alvaro Siza al elegir una de sus obras: si le invitamos a que de un nombre, uno sólo (que eso nos gusta como lo que más en esta profesión), se queda con el Estadio de Braga, un proyecto que le costó sudores, «pero cuando ví aquella cantera de piedra gris supe que allí estaba». Hasta la orografía tuvo que transformar, pero tan orgulloso se siente de ella que no le importaría que sus hijas se casaran en pleno estadio: «Mío es hasta el diseño de los tiradores de las puertas», dice como justificando esa pasión que deja escapar. En el fondo, para Souto de Moura no está nada mal que en un país de 10 millones dehabitantes haya un par de premios Pritzker. Lo dice con una sonrisa en los labios. Y seguro que con un pitillo entre los dedos.
✕
Accede a tu cuenta para comentar