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Actualidad
Cruce de cadáveres por José Luis Alvite
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Al tipo duro que llevaba años viviendo al margen de la Ley le fallaron las fuerzas y decidió renunciar a su vida de criminal porque «un hombre –dijo– no puede dejarse llevar por la furia, ni sucumbir a la tentación de la venganza, si después de cometer un atraco se da cuenta de que al huir le fallan las piernas». Era yonki y robaba para pagarse su adicción. A los cuarenta y tantos años aparentaba llevar diez enterrado. Yo lo había entrevistado unas cuantas veces y no me importa reconocer que después de muchos encontronazos nos hicimos amigos. Tenía delitos de sangre, pero jamás había matado a nadie. Mi amigo había estudiado en el mejor colegio de la ciudad y era un tipo instruido, con el rostro de alguien mucho peor que él. «Soy mal encarado, lo sé, y la gente se asusta si le hablo. Mi rostro me ha dado siempre mejor resultado que la pistola, colega. Cada vez que me acerco a un tipo rico para preguntarle la hora, sin mediar palabra me llena las manos de dinero. Supongo que un rostro como el mío es algo que la Policía sólo tendría que encontrar escondido en mi bolsillo al cachearme». Aquel tipo tenía razón. Yo mismo pasé apuros unas cuantas veces al cruzarnos por la noche en cualquier calle. La suya era la fúnebre presencia desalmada de alguien que hubiese nacido del cruce de dos cadáveres. Hasta que le fallaron las fuerzas. Murió en extrañas circunstancias en un día como estos. Días antes me dijo: «Viví al margen de la Ley porque creía que no se hacía justicia conmigo. Ahora en vez de un criminal soy un mendigo. ¿Y sabes qué te digo, colega? Cuando vivía del miedo de la gente no era más desgraciado que ahora que vivo de su compasión». Era mi amigo. Por eso al atracarme me daba cambio…
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