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El modisto rebelde de la clase alta

La duquesa de Francavilla, la condesa de Luna, los Domecq, los Peralta, los Pastega... Podría parecer el glosario de un libro de historia y, sin embargo, es sólo parte de la cartera de clientas rendidas a los diseños de Roberto Diz. Unas creaciones que cruzan la frontera y ya han seducido a las grandes damas de países como Kuwait, Tokio, Dubái, Rusia y París.

Roberto Diz es el «modisto de moda». Por su taller en Sevilla, sito en una casa palacio del centro de la ciudad, pasan las grandes damas de la sociedad
Roberto Diz es el «modisto de moda». Por su taller en Sevilla, sito en una casa palacio del centro de la ciudad, pasan las grandes damas de la sociedadlarazon

Y es que Roberto no es un modisto al uso. Incluso podría parecer un descreído que comenta sin tapujos los clichés de la alta costura, pero destila tanta pasión cuando habla del trabajo en su taller sevillano, que es fácil creerlo cuando asegura que soñaba con patrones e hilos desde que era niño. Tiene cierto aire canalla y descarado pero, al mismo tiempo, resulta respetuoso y educado. De voz ronca y en perpetua afonía, disfruta parafraseando a los grandes diseñadores, como Ives Saint Laurent, y defiende que «lo más importante de una prenda de vestir es la persona que lleva dentro» y por eso apostilla que «un vestido de Chanel, en alguien con la columna torcida, va a quedar torcido».

Hace 37 primaveras que Roberto nació en Tui (Pontevedra). Se declara gallego de pro, aunque el amor lo haya arrastrado hasta el sur de la península. En septiembre, su taller sevillano cumplirá dos años, pero lleva casi una década vistiendo desde Jerez de la Frontera a la élite de la sociedad andaluza. Allí abrió su primer establecimiento y allí empezó a convertirse en su diseñador fetiche. «Es una ciudad con una amplia tradición de alta costura y con muchísmos modistos, pero creo que mis clientas estaban ya bastante hartas de tener siempre lo mismo y encontraron en mí un producto distinto. Les gusta cómo soy a nivel creativo y, además, mantenemos una calidad de producto buenísima», explica.

Tiene algo peculiar. Su perspectiva, su forma de trabajar y su entusiamo conforman una filosofía de vida. Desde su atelier asegura que tiene toda la inspiración posible, ya que está ubicado en una casa palacio frente al Museo de Bellas Artes. «Puedo cruzar la calle e irme a ver un cuadro de El Greco o Murillo», comenta. Se ha forjado fama de «rebelde», pero él asegura que lo que realmente le pasa es que «le he cogido un gusto brutal a ser independiente». Atrás parece quedar aquel primer año desfilando en Cibeles, con una arriesgada puesta en escena inspirada en el mundo de las dominatrices, que le hizo ganarse el título de persona non grata para la organización y quedarse fuera del circuito. «Aquello fue una experiencia, pero ni yo soy el producto que Cibeles necesita tener en sus listas, ni Cibeles es el escenario por el que me apetece desfilar», explica Roberto.

Este modisto está volcado en la alta costura, en las creaciones por encargo, y sostiene que el momento que más disfruta de su trabajo es «el primer contacto con la persona, que acepte la idea que le propones, se sienta maravillada y ya no quiera otra cosa». Pero no parece fácil codearse con la clientela de Roberto Diz, ya que en ella figuran miembros de algunos de los linajes más influyentes del país. «Siento un placer enorme al atenderlas. Son gente con una gran tradición familiar, que han vivido siempre en palacios, rodeadas de obras de arte y eso les ayuda a desarrollar una sensibilidad y un placer por lo estético. Son gente que en su armario tienen piezas de Balenciaga y Chanel. Es un tipo de clienta idónea», comenta Roberto, al tiempo que destaca varias de sus peculiaridades: «Son gente con una educación exquisita, que habla varios idiomas, que te enseñan modos y palabras nuevas. Aparte de una estrella de Hollywood, son el tipo de clienta que cualquiera hubiese soñado».

Criterio y personalidad
Por eso, este modisto hecho a sí mismo no tiene reparos en afirmar que exige un determinado nivel para lucir sus prendas. «El atractivo de una persona en parte se basa en su educación y en su cultura. El hecho de no querer ir con la masa, me habla de alguien con criterio», comenta. Y no es de extrañar si se tiene en cuenta que viste a damas de alcurnia en medio mundo. Eso sí, las extranjeras tienen otras características. «Su concepto de la moda es distinto y su cartera es más abultada. Están dispuestas a pagar mucho más por lo mismo y son mujeres con muchísima vida social, y con numerosas ocasiones para poder vestir de largo. Quieren productos más atrevidos y tienen grandes conocimientos de moda» dice.

Lo cierto es que una cosa es trabajar en un mundo al que se asocia una imagen frívola y otra, bien distinta, es dejarse llevar por el postín. Roberto Diz lo tiene claro y, por eso, cuando se le pregunta si la moda es arte, como buen gallego responde que «depende». «Creo que hay una falsa teoría de que la moda es importante. Lo que hacemos es un trabajo técnico, tiene que ser útil para el ser humano, y el arte no tiene por qué cumplir esta condición», explica. Lo que más me interesa de la moda es la construcción de las prendas al servicio de las personas. Tengo un concepto práctico de ella», añade. Sin embargo, también reconoce que «hay diseñadores que sí son artistas», pero los aleja del resto. «Galliano, Saint Laurent... como ellos sólo hay uno». Así que sus trayectorias, un tanto tumultuosas, le resultan comprensibles porque «la genialidad nace del lado más oscuro de los hombres».

Roberto es coherente sin dejar de ser sincero. Sabe que se ha convertido en un referente de la moda sin recibir ninguna ayuda económica de las administraciones. «Si me preguntan si me gustaría recibirlas, diría que sí, pero creo que las subvenciones se tienen que dar a un barco de pesca, no a un yate. Es decir, que si de ese dinero depende el sustento de una familia, debes darlo. Pero los bolsos de 3.000 euros no deberían recibir estas ayudas, el lujo debería mantenerse por sí solo, es lo mínimo que se le debería pedir», comenta tajante. Al escucharle hablar, cualquiera podría percibir que queda algo de aquel joven díscolo y bohemio que incluso se aventuró a vivir de okupa en su etapa londinense.

Parece que todavía mantiene la pose obstinada de aquel niño que tuvo que pelear para que su familia aceptase su sueño de trabajar entre retales y costuras. «Mi madre es la más orgullosa del mundo, pero me costó mucho», admite ahora que puede disfrutar vistiéndola con sus diseños. Con todo, Roberto Diz suma cada día más adeptos sin necesidad de haber cedido ni un milímetro su postura. Y advierte: «¿Mi mejor trabajo? Todavía está por hacer».

Cartera de «celebrities»
Aunque Roberto Diz asegura que prefiere a las clientas «anónimas», porque ellas «no tienen necesidad de aparentar», el diseñador ya cuenta con una amplia nómina de celebridades que han lucido sus creaciones. Elsa Pataky se puso uno de sus diseños en paillet de colores para una entrega de premios. También la intérprete Cuca Escribano ha recurrido a las piezas de Roberto Diz en varias ocasiones. En la última edición del Festival de Cine de Sevilla llevó un traje de gasa negro transparente con un nudo a la cintura. Para la clausura del evento eligió un vestido de pétalos en tono berenjena. La presentadora Anne Igartiburu lució uno de los diseños de la colección «Animalario»: un traje de gasa blanca con microinjertos de Swarovski en forma de ciempiés.