Francia
La izquierda caviar da la espalda a Carla Bruni
Tras la derrota de Sarkozy, la artista tendrá difícil recuperar su carrera profesional
Todo reinado tiene su final. Y el de Carla Bruni-Sarkozy como primera dama de Francia ha sido más corto de lo que la artista hubiera deseado. Es cierto, los primeros tiempos fueron difíciles, y hasta confesó que un mandato sería más que suficiente. Pasar de los ambientes «cool» de la intelectualidad y los engolados culturetas parisinos de Saint Germain al corsé de la política institucional y el implacable protocolo no se antojaba sencillo para un espíritu libre e indómito como el suyo. Pero al final la horma elísea parecía encajarle perfectamente. Hasta el punto de convertirse en la mejor embajadora de la candidatura de su marido y presidente, cantando en reuniones femeninas al más puro estilo «tupperware» las virtudes de su «Sarko», y exprimiendo, por la causa, su nutrida agenda de contactos.
Una carrera en «stand by»
Pero los franceses han sancionado en las urnas al actual inquilino del Elíseo. Se acabaron los fastos palaciegos. El pueblo soberano les ha dado pasaporte y obligado a la cantante a llevarse su música a otra parte. He ahí lo más delicado de la cuestión. Tras cuatro años de paréntesis y un tercer disco que ha pasado como su propio título indica: «Comme si de rien n'était» (Como si no pasara nada), es decir, sin pena ni gloria, las masas no enloquecen pensando en su regreso. Ni su público reclama eufórico la publicación de un cuarto álbum que llevaría meses enlatado y preparado para su lanzamiento.
Su matrimonio con Sarkozy ha dejado muchas secuelas. «Antes de su boda, ella pertenecía a esa izquierda cultural, intelectual, ‘‘bobo'' (burgués-bohemia), pero en estos cuatro años ha adoptado un discurso político abiertamente de derechas y ha sido el principal sostén de su marido. Parte del público se ha sentido decepcionado y esa ‘‘izquierda del caviar'' le ha dado la espalda», explica a LA RAZÓN, Luc Angevert, periodista de la revista «Closer». El pasado otoño anunció el lanzamiento de su nuevo disco aunque tuvo que ser pospuesto debido a las elecciones presidenciales. Ahora sigue sin fecha de salida. «Va a ser realmente complicado para ella volver a existir artísticamente y hacer olvidar su papel de primera dama». Una segunda piel de la que no va a poder despojarse fácilmente. «Todo dependerá también de lo que decida hacer su marido, Nicolas Sarkozy. Si éste opta por el anonimato, por eclipsarse y pasar página, será una oportunidad para Carla, porque ya no tendrá esa sombra. Ahora bien, si no desaparece o el público tiene la impresión de que ella utiliza su faceta de artista para relanzarle a él, como si fuera una operación de comunicación política, no tiene nada que hacer», matiza el politólogo Arnaud Mercier. Según éste, en los antiguos círculos culturales de la artista no le perdonan la «traición» que supone haberse casado con el campeón – ahora destronado – del centro-derecha galo. «Alguien que además tenía una imagen de poco culto y que Carla Bruni se ha empleado en limar», añade Angevert, para quien la ex «top model» está «condenada» a ser, antes que cantante, la esposa de Sarkozy. A menos que éste pase a formar parte de la abultada lista de «ex» con que cuenta la todavía primera dama. Pero, de momento, no parece estar en la agenda ni nada indicaría que ya hayan agotado su amor. Máxime cuando ni siquiera se ha cumplido un año del nacimiento de la pequeña Giulia, con la que ahora van a tener tiempo de ejercer de amantísimos padres. A falta de verla pronto sobre las tablas y guitarra en ristre, quizá sea a través de la gran pantalla por donde Carla Bruni retorne artísticamente. Interpretándose a ella misma en una película que su hermana, Valeria Bruni-Tedeschi, está rodando sobre la historia de su familia. Un papel autobiográfico en el que quizá pueda demostrar mejor sus dotes que en su exigua aparición en la cinta de Woody Allen, «Midnight in París».
Valerie y Hollande, ¿boda a la vista?
El concubinato no es una situación a la que los servicios de protocolo del Elíseo estén acostumbrados. Sin embargo, así es como han decidido vivir los nuevos inquilinos del palacio presidencial, que a las preguntas sobre el matrimonio, contestan con evasivas. «Es nuestra vida privada», se limitan a decir. La futura primera dama no ve problemas, «salvo que se trate de una visita al Papa». Pero países como Arabia Saudí y otros vecinos del Golfo Pérsico tampoco lo verían con buenos ojos.
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