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Santos inocentes por Rosetta Forner

La Razón
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Los humanos, ante los hechos que nos desbordan emocional y espiritualmente, reaccionamos de muy diversas maneras. Algunos buscan en los bolsillos de su alma la fe y el coraje para seguir adelante tratando de entender lo incomprensible. Perder a un hijo es un dolor indescriptible. Pero, más aún lo es no saber dónde está, si está vivo, si se le volverá a ver… Esa incertidumbre necesita consuelo, y al no hallarlo, se busca a quien culpar.

La rabia, el dolor, la impotencia ante hechos que ciegan la luz del alma buscan una salida y qué mejor que responsabilizar a alguien de lo inaceptable. El dolor emocional puede provocar distorsión de la realidad, pues dejamos de razonar con sentido común. Buscando alivio para la desolación puede culparse a inocentes. A veces, las cosas no son lo que parecen. En todo ser humano hay un armario cerrado bajo siete llaves. Ahí se guardan tanto la capacidad de crear milagros como la de destruir.

En las novelas de Agatha Christie, el culpable no siempre lo parece, y el que lo parece, no siempre lo es. Por consiguiente, antes de saltar a conclusiones y condenar a alguien sin pruebas suficientes, es conveniente hacer preguntas, muchas preguntas. Incluso, cuestionar lo que puede parecer ser la verdad aparentemente sin lugar a dudas. Las palabras de Jesús: «Quien esté libre de culpa, que tire la piedra», nos remiten a la reflexión y a la prudencia antes de condenar a alguien que quizá no sea lo que parezca. Porque la destrucción que provoca el odio es irreparable. Lo que de verdad importa es que encuentren a los niños, que son los verdaderos inocentes en esta historia.