La Habana

Los Castro perpetúan las cenizas de la dictadura

La generación que vivió Bahía de Cochinos, el flotador al que lleva asida la revolución cubana desde hace 50 años, agoniza.

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Aquel triunfo contra 2.000 hermanos entrenados en Estados Unidos a las órdenes de JFK, fabricó un enemigo imperecedero durante medio siglo que sirvió al régimen de pegamento ante las adversidades, cuyo mayor exponente fue la desintegración de la Unión Soviética.

Aquella victoria en blanco y negro es hoy agua pasada en el día a día de los cubanos, ocupados en subsistir con las migajas que dejan los turistas a la espera de que el incipiente negocio petrolero pase de lo etéreo a convertirse en una realidad palpable.

Sin embargo, los hermanos Castro han movilizado a todos los reservistas de la isla para conmemorar el aniversario, en un desesperado intento por despertar el fervor patriótico en una población descreída e indiferente ante las reformas con las que Raúl Castro intenta salir de la bancarrota. Por toda La Habana abundaban ayer los pelotones de reservistas ajados por los años, luciendo barrigas por culpa de unos uniformes demasiado pequeños y de la falta de ejercicio.

Las horas previas a la parada militar que tuvo lugar ayer en la capital cubana las pasan dando manos de pintura verde oliva al avejentado armamento soviético y visionando vídeos donde miles de chinos desfilan majestuosamente a paso robotizado atravesando Tiananmen. Bajo un sol de justicia, este ejército de la tercera edad trata en vano de imitar el paso marcial a la mayor gloria de la revolución. Luego se desperdigan para tomar el rancho con un pedazo de cartón por cuchara, el mejor ejemplo del desmoronamiento del régimen.

Nadie habla del VI Congreso del Partido Comunista, el último en el que –salvo milagro– participarán los Castro. Ni en La Habana ni en el resto de la isla. El Congreso que debió celebrarse en 2002 y que debe de ratificar las 291 medidas de tibia apertura económica contenidas en el Proyecto de Lineamientos de la Política Económica y Social con el que Raúl Castro pretende devolver la respiración al agónico enfermo en el que se ha convertido el Estado, es una reunión clandestina. Un congreso fantasma del que apenas hablan los medios oficiales (todos), quizá para no tener que explicar por qué es necesario sacrificar a 500.000 funcionarios, uno de cada diez trabajadores de la isla, que deberán ser absorbidos por el sector no estatal y de dónde van a salir la plata necesaria para que la actividad privada pase de representar a menos del 15% de la fuerza de trabajo al 35% que necesita la dictadura para su estricta supervivencia.

Hasta el momento, la única reforma que los cubanos han sentido –pero no como una bocanada de aire fresco sino como una bofetada– es la casi total supresión de la libreta de racionamiento, tan histórica como la propia Playa Girón, una medida que no ha hecho sino empeorar la situación de una sociedad que apenas dispone de 16 euros al mes en sus raquíticos bolsillos.

Las medidas restrictivas, el alza del precio de los combustibles, los alimentos o la electricidad han disparado el descontento. Tanto como para que el 77% de la población estime inútiles los esfuerzos de la gerontocracia que comanda el país [el sondeo viene de EE UU, todo sea dicho] para sacarles de una crisis perenne a la que sólo el 3% de los cubanos atribuye al bloqueo estadounidense [según el mismo estudio].

La apertura al sector privado ha servido por ahora para hacer aflorar la economía sumergida. Desde que comenzara la concesión de permisos para ejercer una de las 178 actividades por cuenta propia toleradas por el régimen, casi el 70% de los cubanos autorizados estaban desempleados.

La mayoría de estas autorizaciones se emitieron para actividades menores –pequeños comercios, casas de huéspedes y paladares (restaurantes familiares)– cuya incidencia en la recuperación económica es nula.

El férreo control del Ejército sobre cualquier experimento y la negativa a permitir la acumulación de bienes lastran las reformas antes de su arranque.

Pese a todo, el VI Congreso –que arrancó ayer y culminará el próximo martes– bendecirá todos y cada uno de los planteamientos de Raúl Castro, cuya única pretensión es que el régimen sobreviva al menos un día a su propia muerte y la de su hermano Fidel.


 

Los cónclaves del Partido Comunista cubano
17-22/diciembre/1975
El entonces presidente, Fidel Castro, reconoció errores
económicos. En la Constitución se establece al Partido Comunista como el poder rector del Estado.
17-20/diciembre/1980
La discusión se centró en los problemas económicos, dos
meses después del «éxodo de Mariel», cuando 125 mil personas huyeron hacia Florida.
4-7/febrero/1986
El partido expresa su apoyo a la comunidad socialista
internacional, particularmente a la Unión Soviética, uno de los aliados más importantes de Cuba.
10-14/octubre/1991
En vísperas de la disolución formal de la URSS, el partido se preparó para afrontar el final de la generosidad soviética, lo que causó dificultades extremas.
8-10/octubre/1997
El país emergió de una cercana ruina económica.
Fidel Castró habló entonces de la dura lucha de Cuba para sobrevivir al embargo de Estados Unidos.