Barcelona
Borroka Party
Para pasmarse del asombro: los mismos que hace una semana veían con ojo de lince la siniestra sombra del Tea Party y la aviesa intención de Sara Palin tras el atentado de Tucson, no tienen ni idea de lo que ha sucedido en Murcia este fin de semana, y mira que Murcia les cae bastante más cerca. Para estos trileros de la ética no hay duda de que el criminal atentado contra la congresista Giffords tiene instigación política, mientras que la paliza al consejero Pedro Alberto Cruz es algo así como un accidente laboral. Hasta los directivos del PSOE se han puesto muy dignos para exigir «que no se politicen los hechos», justo lo contrario de lo que ellos mismos han hecho con la masacre perpetrada por un tarado de Arizona, pues sólo les faltó atribuirle la autoría intelectual al «Trío de las Azores». Es en casos trágicos y brutales como éstos cuando asoma el pavoroso déficit moral de cierta izquierda, siempre pronta a disculpar los desmanes de sus cachorros radicales y a ver la mano negra de la derecha detrás de cada monstruosidad. Ahí están las agresiones reiteradas, a cada cual más humillante para la Universidad, que han convertido las aulas en territorio comanche controlado con métodos mafiosos y coartada ideológica. Ante unos decanos pusilánimes, los ultras de izquierda dictan las reglas y conceden los salvoconductos, revientan las conferencias de los políticos que no son de su agrado, impiden la entrada a cardenales e intelectuales, intimidan a profesores, parasitan los cargos institucionales y hasta fuerzan, en Barcelona, el cierre de la capilla aprovechando que al rector le tiemblan las piernas. (Es de suponer que el cardenal Sistach no tardará en acercarse a la capilla clausurada para decir misa). Nadie se extrañe, por tanto, si los gorilas con carnet han salido de la reserva para apalear gobernantes de derechas con total impunidad. Un país que no se inmuta ante el secuestro de su Universidad es terreno abonado para que los «borrokos» medren y su violencia se propague más allá del campus. Lo más inquietante, sin embargo, es que este rebrote se produzca cuando se aproximan las elecciones municipales y autonómicas, como si hubiera un interés especial en aumentar la tensión y en llevar a la calle la agresividad y frustración contenidas por los recortes sociales. Y hay quien teme si no volverá la campaña del «Pásalo» de acoso y hostigamiento al PP. Es de suponer que el Gobierno de Rubalcaba tendrá especial interés en desmentir las sospechas y disipar los temores, más que nada para aventar viejos malos recuerdos que le conciernen.
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