Cataluña

Qué futuro nos espera

Podemos seguir llorando el cierre de La Monumental de Barcelona, pero alguien tendrá que preguntarse qué responabilidad tiene el mundo del toro

Sobre José Tomás recaén ahora todos los mitos de la tauromaquia
Sobre José Tomás recaén ahora todos los mitos de la tauromaquialarazon

Barcelona puede ser para muchos el anticipo de un futuro de la fiesta lleno de nubarrones. Azotada por la crisis económica como todos los sectores del país, las corridas de toros han sufrido un descenso sensible en el número de festejos y espectadores en el último lustro. El cerrojazo a La Monumental catalana se ha producido en uno de los momentos más mustios que conoce la tauromaquia. El viajero de ferias taurinas, que recorre la piel de toro desde Bilbao a Algeciras, y desde León a Alicante, encuentra cada vez más los mismos rostros y menos ambiente en las taquillas y en los bares aledaños. Ya es un tópico señalar que el fracaso catalán se ha producido en un contexto de indiferencia de los profesionales del toreo y de un empresariado caduco y falto de imaginación.

La cartelería taurina es hoy ramplona, se repiten tres o cuatro nombres con algún tirón, y los abonos, salvo el gancho de José Tomás, no aumentan sino que van dejando escaños vacíos. A pesar de algunas declaraciones interesadas y triunfalistas de algunos revisteros taurinos, esta crepúscula tremporada del 2011 ha venido marcada por Manzanares y El Juli, que significativamente por sí solos no consiguen llenar una plaza. El diestro alicantino, autor de muchas de las faenas más centrales de la temporada, con su toreo templado y estético, unido a la técnica de Julián López «El Juli», componen una pareja de tono menor respecto de los grandes duetos de la historia del toreo, como Joselito y Belmonte o Lagartijo y Frascuelo. La sociedad española va dando progresivamente la espalda al espectáculo taurino, y los gerentes de la cosa no logran reunir toros y toreros de manera atractiva para que el auténtico talón de Aquiles de la actual tauromaquia, que es la renovación generacional en los tendidos se mejore.

Viaje a ninguna parte
La genial e irregular apuesta artística de Morante de La Puebla esta temporada de rodaje de José Tomás han sido los únicos reclamos para el vagabundeo taurino o para corridas de caché. Han sido escasas las citas de la larga temporada donde se ha visto brillo en los callejones, puros caros en las barrera y mujeres de whisky junto a la pulsera. Muchos toreros se han aburguesado, caso de Sebastián Castella o Miguel Ángel Perera y el largo pelotón de quienes aspiran al cetro del toreo facturan faenas protocolizadas y carentes de emoción.
¿Quién programa novilladas y para qué? Se ha socavado la ficticia base económica del escalafón menor, auspiciada hasta hace pocos años por ponedores del ladrillo y del automóvil, y hay pocas caras imberbes que propongan algo distinto para el futuro toreo.

El panorama no es nada halagüeño; las grandes casas del empresariado taurino son lentas y sin cintura para programar espectáculos, y las instituciones públicas, salvo gloriosas excepciones como la Comunidad de Madrid, no encuentran en las telarañas de la tesorería un brindis al sol taurómaco. Y pocos son los ganaderos que ante la agobiante situación de déficit de las ferias mantengan una perseverancia en la crianza en busca de emoción y variedad de encastes.

Las ferias van como la nave feliniana, o a la manera de Fernando Fernán Gómez en «Un viaje a ninguna parte». Plazas de tanta solera como Salamanca son hoy un remedo de lo que fueron. Llega la feria de El Pilar y dan ganas de seguir corriendo hasta los Pirineos. Sólo el oasis turístico-social de José Tomás en este fin de semana triste de septiembre agitan el panorama informativo y la atención general sobre los toros.

La noticia de que los toros han pasado a depender del Ministerio de Cultura, sin competencias reales efectivas, llega tarde pero puede ser la única luz de esperanza en el horizonte. Los toros o son cultura o son un espectáculo cutre y de una España celtibérica que ya desapareció, pese a quien pese, incluso a los que añoramos a veces una España en blanco y negro. Porque los toros todavía viven de esa nostalgia sepia.

Pero para revitalizar todo esto y no tener que sumar nuevas bajas a la catalana, máxime con el preocupante ejemplo de la bufonada ecuatoriana, donde se ha instaurado una corrida alaquiteña que suprime el tercio de varas y la muerte en el ruedo del toro, hay que refundar las bases de la fiesta. Toreros que conciban la lidia como algo macho y auténtico. Ganaderos que crien poco pero bravo. Empresarios que se dejen de jugar a las sobremesas cambiando cromos y compitan con los espectáculos de una sociedad abierta. Nunca desde luego hay que cargar la suerte en esta situación llena de incertidumbres sobre el aficionado o mero espectador que tiene todo el derecho a ser una cosa u otra, sino sobre esos actores de esta balada triste que es el toreo de principios del siglo. XXI.