Murcia
Manifestaciones y diversidad por Pedro Alberto Cruz Sánchez
Reconozco que albergo sentimientos contradictorios acerca de las últimas convocatorias que se están produciendo en toda España y que pretenden escenificar el descontento de la gente hacia la situación actual. De un lado, soy un fanático de la libertad y de la diferencia: la democracia es conflicto en el sentido más abierto y sano del disenso. Por cuanto, haría falta por todos los medios diseñar un marco democrático que garantizase ya no tanto el derecho a la igualdad –que suele traducirse en la exigencia de igualación- cuanto el derecho a la diferencia. Pero, por otro lado, me asusta y no tolero bajo ninguna de sus expresiones la violencia ni las estrategias de intimidación. La multitud se ha convertido en un río revuelto en el que cada individuo diluye su subjetividad y la pervierte. No creo en el «sujeto colectivo»: me parece una figura rayana en el fascismo, en la que el «efecto masa» pulveriza la diversidad del pueblo y la transforma en una maquinaria de homologación.
Es evidente que la ciudadanía tiene derecho a manifestarse y que no debe haber ninguna reforma en la ley que corrija a la baja este derecho básico. Uno de los defectos fundamentales del político es deslegitimar a priori la protesta por considerarla como un signo de incivilización y de perversión del espíritu democrático. Nada más lejos de la realidad. Pero, del mismo modo, la libertad tiene unos límites indesbordables: el respeto a la integridad física y moral de los demás. Precisamente porque la política debe ser autocrítica a la hora de evaluar sus reacciones ante determinados hechos y no caer en generalizaciones absurdas y antidemocráticas…
justamente por este motivo, los ciudadanos han de modular sus opiniones y reacciones y comprender que ni todos los políticos son iguales ni la apoteosis de la violencia va a solucionar ninguno de nuestros problemas mollares. Recordemos de nuevo que la base del conflicto democrático es el respeto del derecho a la diferencia; algo que de ninguna de las maneras está sucediendo en España durante estos últimos tiempos, en los que cada sector de opinión persigue como objetivo principal construir una realidad a su medida, sin que ninguno de los elementos que integran nuestro sistema de convivencia desafíe el estricto patrón que previamente ha dibujado. Así no vamos a ninguna parte; nuestra democracia se desintegra y, lejos de remediarlo, nos empeñamos en arrojar leña al fuego.
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