Barcelona
OPINIÓN: Revolta barretines por César Alcalá
La semana pasada nos quedamos con el conde de Melgar. Este llegó a Cataluña para intentar arreglar el conflicto con los payeses. Decimos intentó, porque sólo estuvo en su cargo tres meses. Si bien tuvo buena relación con los diputados, su relación con los payeses fue oscura.Parecía como si la revolución no finalizaría nunca. Su sustituto fue Carlos de Gurrea Aragón y Borja, duque de Villahermosa. Tenía orden de mantener la política de Melgar. Así, cuando llegó, afirmó que «quería atender a la quietud del país, castigando sin excepción los deslices de soldados y paisanos». Para complicarlo en 1689 estalló una nueva guerra con Francia que duraría hasta 1697. Como escribe Soldevila: «Cuando el duque de Noailles entró en Cataluña, estalló una gran conmoción, conocida con el nombre de las barretinas. La actitud pacífica de Barcelona, objeto por este motivo de las iras de los sublevados, y la de otras poblaciones de Cataluña, que no se sumaron a las alteraciones, apaciguó este brote de desordenes».En resumen, el gobierno de Carlos II concedió un perdón general. Para solucionar el problema de los alojamientos, se acordó el cobro, entre los catalanes, de un donativo único de 200.000 ducados, que en caso de paz se reduciría a una tercera parte. Así terminó la revolta dels barretines o dels gorrets.
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