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851: Número mágico por Joaquín Marco

La Razón
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Hay números mágicos tradicionales conocidos por todos (por ejemplo, el tres) y números perversos (como el trece, que deslíe mala suerte). Hasta los Evangelios se sirven de ellos. Y hay, además, una filosofía numérico-pitagórica y una teoría de los números con ambiciones científicas. Pero hasta ahora el 8,51 no era sino una posibilidad extraña de lograr la popularidad. Hasta que el 27 de febrero, en año bisiesto, el Gobierno acabó concluyendo que el déficit público español, estimado por el PSOE en el 6,6 del PIB, se había deslizado hasta el 8,51. Las previsiones del anterior Gobierno se produjeron cuando se suponía que la economía española en el segundo semestre del 2011 iría remontando. Se frenó y corrió cuesta abajo. Pero Cristóbal Montoro fijó ya un inamovible 8,51, que supone un baile de cifras (o de euros) que habrá de afectarnos y mucho si la Sra. Merkel se muestra tan intransigente como hasta ahora. Porque esta cifra mágica se traduce en euros, en recesión, en más recortes y hasta la mayoría asegura que resulta ya del todo imposible alcanzar aquel 4,4% previsto. Habrá que convencer a Berlín, que no a Bruselas, de que estamos dispuestos a apretarnos más el cinturón, sin llegar a la asfixia. Con media Unión Europea en recesión y con un liderazgo harto problemático, las perspectivas a corto plazo no pueden resultar muy optimistas. Estamos percibiendo que aquella potencia, la novena del mundo, tenía pies de barro o de ladrillo y que cualquier décima ha de suponer más sacrificios para una población que está viendo cómo ya se le reduce su nómina o pensión por la fórmula del ordeno y mando del el IRPF. Pero el Sr. Luzón, del Banco de Santander, se prejubila con una pensión de 56 millones de €euros.
El 8,51 puede llegar a tener incluso más graves consecuencias a partir de que, cuando sea, se definan los Presupuestos Generales del 2012, algo que Europa nos exige, porque nada quieren saber de las elecciones andaluzas y asturianas. La serie de argumentos de nuestros socios no es muy convincente, puesto que un país en recesión no es equivalente a otro en crecimiento. Bien es verdad que el estadounidense Ben Bernanke entiende que esta renovada recesión europea será suave. Tal vez lo sea para los estadounidenses, que hasta han crecido moderadamente. Pero por estos lares las cosas se complican, aunque Rajoy negocie de tapadillo y otros países entiendan que tampoco van a poder cumplir sus compromisos. Cierto es, como se quejaba Almunia, es de mal augurio en este primer año en el que se pretendía controlar el gasto, aunque no la crisis. Nos piden conocer cuáles han sido las fugas por las que España ha sido incapaz de cumplir la promesa dada. Y tienen razón. Estamos, a estas alturas, sin presupuestos y en precario. Sabemos, eso sí, que las comunidades autónomas han desbaratado las previsiones, unas más y otras menos. Radicales opinan que ha llegado la oportunidad de volver atrás y reformar la Constitución eliminándolas. Pero sería más oportuno considerar si son capaces, con los ingresos que les transfiere el Estado, de cargar a sus espaldas casi por entero el Estado del Bienestar. Y tampoco estaría de más recordar a nuestros socios de la Unión, tan desunida, que no todo puede consistir en recortar, aunque también deba hacerse. Parece que algunos próximos al Gobierno entienden que los recortes han de acentuarse en las Universidades. Bien es verdad que los estudiantes acostumbran a ser algo más díscolos. Pero lo que ocurrió en la pacífica Barcelona el pasado día 29 es síntoma de que la juventud protestona no se reduce a Valencia. No es España el país que porcentualmente más gasta en becas o en profesorado universitario e investigación. Mala cosa es recortar por lo que ha de suponer un futuro de esperanza, aunque se entienda que las matrículas son baratas y algunos estudiantes zanganean.

Pero el consolidado 8,51 no debe equipararse con otro número no menos mágico, el 4,4. A estas alturas no sabemos bien cuántos euros supone el tránsito. Los hay que hablan de 44.000 millones de euros. Representarían, tal vez, más parados, menos cohesión social –que disminuye a ojos vista–, menos capacidad de crear empleo y aún de sobrevivir. Cáritas, en tal caso, debería ocupar ya un sillón en el Consejo de Ministros. Puesto que no parecen razonables tamaños sacrificios encontraremos un término medio en el uso de la sierra mecánica que elimina cualquier posibilidad de remontar el vuelo. Es lógico, pese a todo, que Alemania quiera saber. Algunos quisiéramos también conocer a qué se destinan estos fáciles millones al 1% que han recibido con tanta alegría los bancos del BCE, pese a que disminuyan en su cotización en Bolsa. La reforma de tales instituciones no se ha realizado todavía. Se les dio más tiempo, menos que a los asalariados y jubilados que han visto ya los primeros recortes en sus nóminas. Pero el equipo económico ha logrado dejar temblando a la ciudadanía, aunque no ha aventurado los criterios que van a seguirse para la confección de los nuevos presupuestos o imaginar algún síntoma de crecimiento. Acertó al prever las protestas que, si no se remedia –y habría que intentarlo– irán en aumento. No es tan difícil lograr una huelga general, aunque todos sepamos de su inutilidad.

 

Joaquín Marco
Escritor