Industria de Moda

Falsas apariencias

La Razón
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Con las falsificaciones suele ocurrir como con los peluquines: el que lo lleva piensa que es el único que advierte el artilugio superpuesto y está convencido de que el resto del mundo lo ignora, cuando suele cantar más que la Callas. Supongo que la afición por lucir algo falso sólo ocurre con accesorios lo suficientemente superfluos para no dañar nuestra salud y para acariciar una falsa creencia de importancia adquirida tan farisea como el bolso de Vuitton, el polo de Ralph Lauren o el perfume de Chanel falsificado.

Hace unos meses fui depositaria de una confesión y desde entonces observo las falsificaciones desde otro prisma, sin que con esto deje de condenar el hecho. Comprenderán que omita el nombre de la persona que me lo contó y haga lo propio con la marca de lujo para la que trabaja. Según su teoría, cargada de lógica, no hay un consumidor de grandes firmas que se vaya al «top manta» de las falsificaciones para adquirir un bonito bolso, como no suele ocurrir que los consumidores asiduos de estas imitaciones se dejen caer por la tienda para adquirir el último modelo que hay en el mercado. «Lo demás, si lo piensa, no deja de ser un gran escaparate publicitario para nosotros, ya que puede empujar a algún posible consumidor indeciso a adquirir uno de nuestros productos». Eso es visión de marketing, sí señor.

Lo realmente grave en todo este asunto es la economía sumergida, los delitos contra la propiedad intelectual e industrial, y las condiciones laborales en las que suelen fabricarse las falsificaciones. Contra eso sí que hay que luchar. Pero obsérvese un dato muy curioso: los grandes nunca pierden.