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OPINIÓN: La testosterona

La Razón
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Últimamente, viene siendo muy común que presidentes y ministras pongan algo más que su talento político encima de la mesa para conseguir sus fines más cicateros. Tanto es así, mire usted, que dicen que Zapatero ha mandado echarle el cierre al antiguo dormitorio de Franco en el Palacio del Pardo y eliminarlo del paseo turístico, pues la Comisión de la Memoria Histórica ha presionado a Patrimonio Nacional con la excusa de que estas dependencias ya no tienen valor alguno. Qué cosas más democráticas. Cualquier día borran al Cid de los libros de Historia y dicen que Don Quijote era un luchador antisistema. Eso de «lo hago porque me sale», empieza a ser propio de los enormes demócratas que nos mal mandan. Hasta la Ministra Pajín se ha puesto testicular para colocar a una colega en un puesto de los buenos. Hasta hace poco, los españoles entendíamos que los testículos más gordos eran patrimonio del famoso caballo del General Espartero, una visita que, por cierto, aún no han censurado los superdemócratas de la memoria histérica, que sólo parecen atesorar recuerdos llenos de venganza y no sopesan que en la Guerra Civil mataron mucho y mal los unos y los otros. Así se logra que el espíritu de la reconciliación entre los españoles se deslice peligrosamente por un sumidero de maloliente revancha. Retornan Gárgoris y Habidis, alzando sus quijadas de burro para golpearse sin desmayo hasta desangrarse, en una tierra a la que no le hace falta mucho para incendiarse. Y los partidarios de unos y de otros los jalean y los animan, dándole un punto tabernario a eso de echarle un par de cojones a cada decisión, aunque todos sepamos que un error no se tapa cometiendo otro más grande. Que haya alivio y sálvese quien pueda.