Suiza

Porque yo lo valgo

La Razón
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Cuando yo sea mayor y se hayan inventado unos zapatos curapiés un poco más monos que los actuales, me gustaría mucho ser una abuela borde. Tomando ejemplo de la mía, que acompaña a Dios en el cielo, al que yo acompaño en el sentimiento por semejante regalo de persona, asustaré a mis nietos durante la siesta y les atizaré con la pala mata moscas en los muslos. Tengo también previsto, siempre siguiendo su ejemplo, negarles cualquier posibilidad de ir a mi casa, sobre todo si hay una comida que les gusta y, si me pilla floja y consiento, poner hora límite para que se larguen a las suyas cuanto antes. Hala, venga, fuera, que la sandía ya os la coméis por el camino. Tendré que llevar las cejas pintadas con un lápiz rojo por el afán enfermizo con la pinza de depilar, y llevaré los labios también muy pintados y por fuera de la línea, para que la gente me mire y me tenga lástima y yo vaya, sin embargo, tan pancha. Bajaré a hacer la compra con los rulos calientes puestos y a lo mejor vuelvo a fumar. Mucho y negro. Dicho todo esto, también quiero añadir que mi estatus social me impide poder ser más mala porque mi sueño dorado octogenario incluye varios herederos desheredados, un amigo bohemio y de sesenta y tantos que me saque los cuartos, un intento de incapacitarme alegando fragilidad mental de los que intuyen no van a ver un duro y una peluquera particular que me carde mucho el pelo. Todo eso ha hecho y ha conseguido, amén de revisar cada poco sus cuentas fraudulentas en Suiza, la maravillosa Liliane Bettencourt, principal accionista de L´Oréal, ochenta y siete años, sorda, forrada y gamberra, que tiene ahora contra las cuerdas al ministro de Trabajo francés y al propio Sarkozy gracias a lo que está contando una antigua contable con la lengua muy larga, que era ya lo que faltaba, y a que su mayordomo sirvió la mesa durante casi un año con una grabadora en la sopera. Nuestra Liliane tenía también empleada como asesora a la mujer del ministro de Trabajo, por entonces ministro de Presupuestos, y cenaba con asiduidad con el gran Nicolás, con lo que al vodevil le falta ya nada más que un biombo y detrás del biombo, un muerto. Si los hechos denunciados acaban con algunas carreras políticas en el país vecino, estaremos otra vez en lo de siempre: puede más una rica trajinando que millones de currantes protestando. No es nuevo, pero se repite mucho.