París
El desdén con el desdén por Francisco Nieva
Jeanne Rouch, introductora en Francia del «cinema verité», había a llegado a España para hacer un reportaje sobre «El Cordobés». Nos habíamos conocido en París. Cuando se establece una profunda amistad entre un hombre y una mujer, los dos pueden llegar a admitir que bien hubieran podido ser compañeros sentimentales toda la vida. Pero es mejor así.
Un día me dijo: - «¿Por qué seréis tan desdeñosos los españoles? Tiene que haber una razón sociológica e histórica para ese orgulloso desdén».
Yo observé: - España ha sido un poderoso imperio, ahora en plena decadencia «sostenible». El orgullo imperial se le pegaba hasta a los mendigos: - «Soy tan hidalgo como el Rey y un poco más». El pueblo adoptaba un señoril desdén hacía lo mucho que ignoraba. No pienses que haya desaparecido tan popular comportamiento. A una pobre mujer de mi pueblo le propusieron: - «Abuela, usted no conoce El Escorial. Hemos hecho una colecta, para que no se quede usted sin ver ese monumento». El caso es que la abuela terminó visitando el Escorial, y al final, se le preguntó: - «¿Qué le ha parecido a usted el Escorial?» La contestación fue rotunda:
- «¡Bah! Pues como todos los Escoriales».
Jeanne se torcía de la risa. Pero, luego, me puse meditativo y le confié una cosa un tanto chocante para mí en aquellos primeros momentos de mi vuelta a España.
- «¿Sabes lo que me ha pasado con tantos intelectuales españoles de punta? En primer lugar, me parecen más elegantes y modestos que los franceses».
- «Eso es verdad. No soy nada chauvinista».
- «Sí. Pero también demuestran que, durante muchos años de aislamiento, se han terminado haciendo de un radicalismo desdeñoso y obcecado hacia reconocidos valores de su propio acervo cultural. ¿Tú has escuchado en Francia decir una estupidez como ésta: que Montaigne era de derechas? Pues aquí, un famoso crítico lo dijo repetidas veces de Calderón y nadie se atrevió a decirle que porque «no tenía otro remedio». Lo aceptaron como una sentencia que viniera de lo más alto».
- «¡Ah...! No es posible."
- «Pues ya está en las hemerotecas. Y te voy a poner otro ejemplo: Hace meses se me preguntaba: - «Tú y Arrabal, debéis odiar a Benavente».
- «Arrabal no sé. Pero ¿qué motivos puedo tener yo para desdeñar a Benavente, que sacudió la literatura teatral española bajo la influencia de Oscar Wilde y la «comedia de salón», lo más nuevo y europeo de su tiempo? Valle-Inclán le quería y admiraba. Yo admiro a los dos».
- «¡Ah...! Pero, a los hermanos Álvarez Quintero, sí que los odiarás con toda tu alma».
- «Pero ¿por qué voy a odiar a los Quintero, tan graciosos, que se tradujeron al inglés (Dios sabe cómo) y sorprendieron como los más divertidos testimonios sobre la identidad andaluza? Los viajeros ingleses la reconocían con regocijo. Tuvieron tanta influencia en su tiempo que Puccini quiso hacer una ópera sobre «El genio alegre», «Anima allegra».
- «Pero a toda esa patulea posterior, Jardiel, Neville, Mihura, ¿es que no te parecen todos muy de derechas?»
- «La generación que pasó por Hollywood y se aplicó en parte el «absurdo» de los hermanos Marx, originario del este europeo y una forma oblicua de combatir el conformismo y el autoritarismo. En España también. Mihura concibió una pieza de «teatro del absurdo» pocos años antes que la primera de Ionesco. No tengo el menor motivo para desdeñarlos».
Jeanne, aprobaba. - «El desdén. Es como una seña más de identidad: cabellos lisos y negros, tez olivácea...» Y se reía mirándome.
- «Te digo, Jeanne, que yo estaba asombrado. Y ese desdén me ha recordado a la viejecita de mi pueblo: - «Benaventes, Quinteros, Arniches, Jardieles y Mihuras los hay por todas partes, son como las setas en otoño».
- «El desdén de los españoles hacia sí mismos».
- «Pero, lo malo, es que éste viene a ser mi público. ¿No es para temerle?»
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