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Se acabó la fiesta y ahora quién paga
Cumplieron lo acordado por mayoría en la asamblea del pasado 7 de junio, pero a su manera. Los «indignados» amanecieron ayer por última vez en la Puerta del Sol, pero todo el que se pasara ayer por allí para ver en directo el desmantelamiento de la acampada se quedaría sorprendido al darse de bruces con un grupo de voluntarios levantando una gran caseta con tablas de palés.
«¿Pero no se iban hoy?, ¿qué hacen construyendo este armatoste?», comentaba una vecina de la calle Mayor. Aunque el campamento del «15-M» estuviera ayer en plena mudanza –una gran pancarta advertía de que «nos mudamos a tu conciencia»–, un grupo de unas treinta personas trabajaban en la construcción del único «recuerdo» que pretenden que quede de su paso por Sol: un «punto de información» sobre el movimiento diseñado por una arquitecta «indignada». Aunque el movimiento pretende continuar en los barrios, ayer se respiraba cierta nostalgia entre los activistas y muchos incluso no pudieron reprimir las lágrimas al ver que la «gran fiesta» de la indignación llegaba a su fin. «Es un día de muchas emociones, hemos conocido a mucha gente a la que, probablemente, no volvamos a ver y con quienes hemos vivido momentos históricos. No me creo que nos marchemos hoy», comentaba un portavoz.
Quienes no se lo terminaban de creer eran los comerciantes de la zona, escépticos hasta que no vean la Puerta del Sol igual que estaba el 14 de mayo. La jornada de ayer estuvo marcada por la «operación Patena» –aseguraron que iban a dejar la plaza «más limpia de lo que la encontraron»–. Y, como suele ocurrir, se pusieron (casi) todos manos a la obra. «Esto es como cualquier mudanza, te crees que tienes pocas cosas que recoger pero cuando te pones, es mucho más de lo que pensabas», explicaba a mediodía Joaquín, ya sin camiseta y sudando la gota gorda. Pero ¿qué hacer con todos esos colchones, sofás de piel rajados, mesas y sillas plegables y kilómetros de lona y plásticos? Había cosas que iban a la basura pero otras se las podía llevar quien quisiera. Por ejemplo, el macro- lienzo que rodeaba la comisión de Artes, en el que todos han ido dibujando, irá a parar a «alguna exposición»; los cientos de libros amontonados en la biblioteca del campamento también se regalaban. Los títulos más demandados fueron, como no podía ser de otra forma , «¡Indignaos!» de Stéphane Hessel, y «1984», de George Orwell. El huerto, por ejemplo, quedaba abandonado. «Yo me pasaré a regarlo», prometió una joven.
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