Feria de Bilbao
Una cita en inglés
- Las Ventas. Se lidiaron toros de las ganaderías de Navalrosal, uno, el 1º, y cinco de José Ignacio Charro, desiguales de presentación y juego. Un quinto de entrada.- Frascuelo, de vainilla y oro, casi entera caída (silencio); dos pinchazos, media, aviso, estocada (saludos).- Fernando Robleño, de grana y oro, estocada baja y atravesada (ovación); pinchazo, estocada (aplausos).- Luis Miguel Vázquez, de mandarina y azabache, bajonazo (palmas); pinchazo hondo, pinchazo, dos descabellos (silencio).
Era tarde para practicar inglés. El cartel, que tenía sabor y entidad, llevó algo más de público a la plaza pero sobre todo congregó a los extranjeros en esa primera incursión en el fascinante y dificilísimo mundo de los toros. Ni a derechas ni a izquierdas, descuiden tampoco en la fila de arriba ni abajo, encontré con quien solventar una duda. A Madrid habían ido a parar turistas, y miles de cámaras fotográficas, tecnología punta, para captar ese místico momento dueño del tiempo que es el toreo. El toreo callado. El toreo que deben imaginar a miles de kilómetros de aquí envuelto en un halo misterioso a medio camino entre el arte y la inmolación. Cómo entender sin explicaciones, a primeras, a palo seco y sin hundir las raíces, en dónde se fundamenta la grandeza que lleva a un hombre a buscar en un toro su necesidad vital.«Está loco», pero en inglés claro, fue el lema que se repetía una y otra vez durante los tres primeros toros. Y algo de eso debe haber. ¿Quién lo duda? Lo más grande llegó (yo no lo podía imaginar) cuando Frascuelo comenzaba la faena de muleta al cuarto, por abajo, qué soberbia torera, qué belleza... Y regaló el torero un cambio de mano que hizo crujir al aficionado, se nos presupone la capacidad de descubrirnos ante lo bueno, pero también un canto desgarrado de esa legión de extranjeros. Era el idioma universal del toreo. No se fueron con las manos llenas de buenos momentos. Apenas nos quedó aquel cambio, una trinchera que vino después y el ramillete de verónicas con el que se impuso en el ruedo en este astado. Más torería aún en la media que ponía fin al quite. Le salió muy torera. Como toreros querían ser los muletazos que integraron esa faena ante el toro quizá más potable, pero le quedaron más rápidos, más de trámite que de encuentro. Se descompuso el toro y se desmoronó el trasteo.A los 61 años de Frascuelo Madrid le sigue esperando con el respeto del poso y el reposo. Se las vio con un remiendo de Navalrosal abierto de cuerna, primero, que manseó en varas, esperó en banderillas y lo pasó con brevedad y sabor por la muleta. Robleño cuenta en su pasado reciente con una de las faenas más intensas de lo poco que nos ha dejado San Isidro. Ayer se justificó de largo con un manso que sólo quería tablas, el segundo, y allí, toro por dentro torero por fuera, hizo el madrileño la faena dejando ver la ambición en la cercanía del arrimón. El quinto nunca estuvo metido en la faena y Robleño cumplió con firmeza. El tercero, que era para Luis Miguel Vázquez, desordenó lo que estaba en aparente orden en el segundo muletazo: vaya hachazo. Quería el toro mando, que todo se lo hiciera por abajo y cuando iba a su aire, no era para confiarse. Vázquez anduvo tesonero, pundonoroso y salvó los muebles. El sexto se lo complicó más. No tenía una embestida clara, ni media. Moría la tarde. Los charro. Y en el fondo ese muletazo que nos puso a todos de acuerdo.
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