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Pragmático realismo por José María Marco
Al fijar el objetivo del déficit en el 5,8 por ciento del PIB y no, como estaba previsto y como querían las instituciones de la UE, en el 4,4 por ciento, Rajoy y su Gobierno están muy lejos de haber dado muestras de relajación. Lo que ha quedado demostrado es más bien que pretenden seguir con la política de reformas y de austeridad en un momento extremadamente difícil. No cabe la menor duda de que Cristóbal Montoro, Luis de Guindos y los equipos de Hacienda y de Economía, así como Mariano Rajoy, aspiraban a alcanzar un objetivo más ambicioso. Si lo han apartado por ahora es porque las actuales circunstancias lo hacen imposible. No es lo mismo proceder a políticas de austeridad cuando se está creciendo, aunque sea poco, y cuando se preveía un déficit considerablemente menor. La supuesta relajación debe ser valorada teniendo en cuenta la nueva situación y el déficit real del año pasado. Así es como adquiere su auténtico significado la nueva cifra del 5,8 por ciento. En términos más generales, la decisión resulta reveladora del carácter de la política de Mariano Rajoy. La elección de un punto medio entre varias posiciones posibles no equivale a una simple táctica de equidistancia. Revela más bien la voluntad de llegar hasta donde sea posible en el camino de las reformas, teniendo en cuenta una determinada circunstancia. Hay pragmatismo, lo que debe agradecerse siempre en política. También hay, como en toda actitud pragmática, la voluntad de no engañar a los demás (ni engañarse a sí mismo) en cuanto a la realidad en la que estamos situados. Dada la circunstancia, es probable que un recorte mayor hubiera sido contraproducente por la caída de los ingresos fiscales, caída que a su vez sólo habría podido ser compensada con otra subida de los impuestos... Queda así constancia de una ambición sostenida en la actitud reformista y una plasmación precisa de lo que debe ser el centro político. Más que otra cosa, el centro consiste en la capacidad de tener en cuenta la circunstancia para no destruir de antemano el resultado deseado. Por lo mismo, situarse en ese punto indica la voluntad de dinamizar el espacio donde se toman las decisiones: se trata de que todos salgamos ganando y de que nadie se sienta excluido.
Políticamente, el partido de la oposición ha empezado a proclamar el éxito de sus postulados de flexibilización, como si el Gobierno, después de una resistencia numantina, se hubiera tenido que rendir a lo que se ha llamado la «racionalidad económica». Conviene recordar que esa «racionalidad económica» no ha sido nunca marca de la casa de la actual oposición. Cuando gobernaba, prefirió desconocer los hechos y fijarse objetivos irreales, a sabiendas de que lo eran, para luego intentar maquillar los efectos de esa misma política. Ahí está el déficit real del año pasado. Sea lo que sea, si en este punto se consigue reunir el apoyo de la oposición, aunque sea disfrazando el asunto en forma de victoria sobre los dragones de los mercados y de Bruselas (no hablemos ya de la malvadísima Angela Merkel), bienvenido sea el relato de exaltación socialista y nacionalista a un tiempo. Nunca viene mal una dosis de españolismo, aunque sea a cargo de Rubalcaba.
También el partido en el Gobierno debería tomar buena nota de lo ocurrido en las Comunidades Autónomas para empezar a desterrar las prácticas de despilfarro y de intervencionismo que han lastrado la economía (y la sociedad, y la cultura, y la vida) española desde hace muchos años. No sería realista pedir que los gobernantes argumentaran este programa de ajuste como una forma de liberar las energías y la creatividad de los españoles, pero así es como será visto de aquí a algunos años, no muchos.
La fijación del déficit revela también una posición nueva, y original, de España con respecto a la Unión Europea. La Unión no va a ceder en su objetivo del 4,4%, por razones evidentes: no puede poner en peligro su actitud de exigencia ante Grecia, por ejemplo. Ahora bien, Rajoy ha conseguido al mismo tiempo presentar una actitud propia, la que corresponde a un país soberano –y no intervenido, como tantas veces se dice–, con un evidente respaldo dentro de la Unión. Esto último da la medida real de la importancia de nuestro país en la Unión y en la economía internacional. España es ahora mismo el escenario de un proceso de reformas estratégico para el conjunto de Occidente. En virtud de la dimensión de la economía española y de la seriedad de las políticas que se han empezado a aplicar, España merece un respeto y una confianza inconcebibles hace pocos meses. Así es que sin apenas darnos cuenta, estamos volviendo al corazón de Europa, que es el nuestro, donde tenemos que estar por naturaleza y por historia.
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