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Fumata y fuga

La Razón
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Tengo una amiga que es una fumadora empedernida. Las dos tenemos vidas muy diferentes. Por culpa del tabaco ella está metida en un círculo vicioso, mientras que yo soy socia del Círculo de Lectores. Así y todo, nos queremos mucho. Se llama Pepi, que es un diminutivo de Carlota Facunda. Somos amigas del instituto, cuando ambas repetíamos sin cesar aquella famosa frase de Zsa Zsa Gabor: «Yo sólo quiero un hombre que sea amable y comprensivo, ¿acaso eso es mucho pedirle a un millonario?».

Pepi es asombrosa, tiene mucha incultura general. Sin embargo, se las arregló para encontrar trabajo en un banco. Como es muy inteligente, en seguida le pilló el truco al asunto, me lo confesó un día entre sensuales volutas de humo: «La banca se rige por el sencillo principio de ‘‘santa Rita, Rita, lo que se da no se quita''…». Pepi es una mujer con muchos intereses y una gran curiosidad intelectual por los zapatos, el ácido hialurónico y el cambio climático. (Este último porque dice que quiere saber qué ponerse).

Incluso es capaz de citar a Hannah Arendt: «Todos los hombres son unos paquetes más bien pesados, pero en realidad no se puede andar sin ellos». Pepi es fantástica. La vida de mi amiga Pepi transcurría dentro de su anormalidad habitual hasta que se enteró de lo de la Ley Antitabaco. Me dijo, entre pucheros de franca conmoción: «Al principio, cuando supe que sólo se podrá fumar en la calle, en domicilios, terrazas, psiquiátricos, cárceles y geriátricos…, pues, oye, la cosa no me pareció tan grave. ¡Son más o menos los sitios que frecuento a diario!». Yo asentí, comprensiva, mientras le daba palmaditas en la espalda con mucho cuidado (su marido la acaba de abandonar y no quería hundir un poco más los puñales que lleva ahí clavados). «Pero, ¡es que no me acordaba de los bares! ¿Quién va a querer ir al bar a partir de ahora?

Todavía recuerdo a mi madre diciéndole a mi padre cuando yo era pequeña eso de ‘¡ni se te ocurra encender aquí tus apestosos Celtas!; anda y vete a fumar al bar y les echas allí el humo'. O sea, que los bares están para eso en España, que yo sepa, para ir a dejar ahí el humo, ¿no? Desde que me estoy divorciando, paso mucho tiempo intentando ligar en locales públicos. Y ten en cuenta que mi ex marido me quiso obligar a que dejase de fumar. Claro que le salió el tiro por el culete, digo: por la culata… Yo desde luego me exilio, como tú dices. Hay que buscar un país civilizado y con futuro y largarse. ¿Qué te parece Senegal? ¿Han quitado ya lo de la ablación de clítoris? ¿Hay buenas tiendas de ropa? Separarme al menos me ha servido para darme cuenta de que tengo menos trajes que el Pato Donald». Yo le digo para consolarla: «Uy, ¡no te preocupes, si esa ley no saldrá adelante!».
(La verdad es que ya ha salido, pero, ¡cuesta tan poco ser amable…!).