Barcelona
Sobrevivir a las cárceles de Castro
Sebastián Martínez Ferraté ha vuelto a España tras 18 meses en las prisiones cubanas, acusado de corrupción de menores por un documental
Dieciocho meses después, Sebastián Martínez Ferraté se sentía extraño al jugar con su hija de seis años, en casa. Nada más aterrizar el martes pasado se dio cuenta de que le iba a costar adaptarse a una vida más o menos normal en España. Llegó después de pasar el último año y medio de su vida en cárceles cubanas, sobreviviendo a solas y en medio de una terrible sensación de irrealidad. «Ahora necesito tiempo, porque estoy destrozado», cuenta desde Barcelona. En 2008 hizo un documental sobre prostitución infantil en Cuba, que se emitió en una cadena española y después se colgó en Youtube. Cuando en 2010 volvió a la isla como miembro de la empresa Marina Hotels, no pudo pasar del aeropuerto. Sus papeles de identidad fueron su pasaporte hacia el infierno. «Me tuvieron dos horas ahí parado, me llevaron a emigración, me desnudaron y en cuclillas, uno dice: ‘‘Mírale el culo, que seguro que lleva una cámara escondida''». Era la señal evidente de que su vida ya no iba a ser como había sido.
Durante 14 días estuvo detenido en una celda de 3x2 con una letrina y tres personas más. Eso sólo es el prólogo de lo que le va a suceder un poco más tarde. «Después me dan la libertad, me alquilo un apartamento y cada día, desde el consulado, llamo a un número de teléfono para que me tengan controlado. Iba al consulado porque no me sentía seguro y por la noche me iba a la cama, al apartamento a dormir».
Que el proceso se complique sólo es cuestión de tiempo. De poco tiempo, de una semana. Vuelven a por él y ya sí, definitivamente, le cierran la puerta de la libertad: «Al principio me dicen que es por el pasaporte, pero yo ya sabía que algo raro pasaba, pues el pasaporte era nuevo y no tenía ningún problema». Le encierran en sus dependencias y no le dejan hablar con la embajada española durante 27 días. No tiene a quién quejarse ni con quién enfadarse.
Cárcel La Condesa
Antes del juicio le llevan a la cárcel de La Condesa: tres almacenes, que dentro tienen los pabellones, con literas donde duermen más de ochenta personas.
Llega el juicio. «Me juzgan por proxenetismo, delitos contra la economía, no sé exactamente de qué, y corrupción de menores, por lo que no me habían instruido antes». Le recomiendan un abogado cubano que le cuesta 5.000 euros y que hace lo que puede. Y eso no es mucho. En el juicio, que dura de 9:00 de la mañana a 17:00 de la tarde de un solo día, comprueba que no tiene salida: «Quieren comprobar si soy yo el que hace las entrevistas del reportaje. Claro que las hago yo. En una de las entrevistas a tres homosexuales resulta que uno es menor de edad y por eso me acusan de corrupción de menores». Sebastián sólo oye cifras que pesan en su futuro. La fiscal pide 15 años de cárcel, se rebajan a 10 y terminan en 7, por el delito de corrupción de menores.
Es entonces cuando se viene abajo. «Sientes una impotencia absoluta y te tienes que dejar llevar: yo no reconocía la realidad, era tanta la impotencia que me negaba a ver la realidad y me daba a mí mismo esperanza. Pero tenía que regularla porque si me pasaba, creo que podía convertirse en locura. Estaba destrozado y me metieron en el hospital. Fue cuando pensé en lo peor, en que no saldría nunca. Hablaba con mi familia, les decía que estaba bien. Pero se daban cuenta de que estaba destruido».
Sebastián era el encargado de la biblioteca de la prisión. En realidad, el encargado de abrirla y cerrarla, que nadie o casi nadie va allí a leer. No hacer nada, no distraerse era peor: «No había nada que me empujase a vivir. Pensaba que era mejor que me pegasen un tiro. Lo que te da el ánimo de vivir en esos momentos es la familia». No podía ingerir la comida de la prisión y pagando a otro preso conseguía siempre espaguetis y arroz. Pensaba que eran demasiados hidratos de carbono, pero mejor eso que nada.
Agradecido a García- Margallo
Aún le quedaba visitar otra cárcel: Villavista. «En EE UU había salido el documental y pensaban que yo estaba detrás. Por eso me cambian». Se pasa 21 días compartiendo celda con otro preso cubano y con una televisión. Y vuelve a La Condesa.
Con el cambio de gobierno le cambia la suerte y se acelera su salida de la cárcel. Sebastián está muy agradecido al ministro García-Margallo y menos a la ministra anterior, aunque sí a Valenciano y a Moscoso. Ahora todo queda atrás. ¿Para qué ha servido?: «El sufrimiento no enseña nada, no sirve para nada. Sólo para sufrir. Yo era creyente antes de esto y sigo siendo creyente ahora. Allí rezaba cada día y eso me daba fuerzas».
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