Barcelona
La ciudad de Gao Ping
Un 70 por ciento de los chinos que viven en España provienen de este condado, también el cerebro de la «Operación Emperador», donde ha invertido en negocios inmobiliarios
Por un apartamento de 120 metros cuadrados me piden 250.000 euros. La cifra supera el millón y medio al preguntar por una urbanización adornada con columnas rococó donde los jardineros y los guardas se desplazan en carritos de golf. No son precios de Pekín ni de Shangai, ni siquiera de la cercana Wenzhou. Se trata de Hecheng, un pueblecito de 50.000 habitantes (diminuto para los estándares chinos) perdido entre las neblinosas montañas de Zhejiang, al este del país.
Se calcula que cerca del 70 por ciento de los chinos que viven en España y una proporción parecida de los que emigraron a Italia nacieron en el puñado de aldeas (la más grande es Hecheng) que conforman el condado de Qingtian y donde no hay censadas más de 400.000 personas. Parte de la fortuna que han ido amasando en Europa desde los años 90 la han invertido aquí, en su tierra natal, preferentemente en el sector inmobiliario.
Y, según los detalles que han trascendido durante la «Operación Emperador», una proporción significativa de ese dinero viajó en metálico, sin pagar impuestos, blanqueado por una red criminal.
Al calor de las remesas, los precios se han disparado en Qingtian, los edificios han ganado en altura, han brotado como hongos karaokes, hoteles y restaurantes de lujo con nombres de inspiración europea como «Lafite» o «Huang Ma» (Real Madrid) donde se sirve jamón ibérico, salami italiano y vinos de todo el sur de Europa.
La riqueza ha atraído incluso a inmigrantes rurales, llegados de zonas más pobres de China: chicas guapas para las salas de masajes y hombres jóvenes para pedalear en los triciclos y servir mesas en restaurantes como «Hi Dollars».
Por la noche, Qingtian se ilumina y sus tres puentes colgantes resplandecen sobre el río Ou, un lujo que en China sólo los barrios pudientes de las grandes ciudades se pueden permitir. Las viejas casas de piedra y tejas lacadas crepitan. La vieja China se desvanece.
En la carretera comarcal, un cartel anuncia la inminente llegada del tren de alta velocidad. Los vecinos, orgullosos, llaman a su pueblo «Pequeño Hong Kong». Tampoco se imaginen Manhattan. Más que la arquitectura sorprende la ubicación: un oasis urbano en medio a la China rural.
La arteria principal de la ciudad fue diseñada por un arquitecto estadounidense afincado en Pekín. En ella se suceden tiendas de ropa y electrónica, fruterías donde no faltan las variedades tropicales y una joyería especializada en venta de oro, donde una pantalla anuncia en tiempo real la cotización internacional de diferentes metales preciosos.
Puerta con puerta, se emplaza una sucursal de banco en cuya entrada se forma a menudo un mercado negro de divisas en el que se compran y venden euros y yuanes a un tipo de cambio preferencial. Muchos de los inmigrantes que han contribuido a generar esta riqueza lo han hecho partiéndose el espinazo honradamente, trabajando sin parar en restaurantes, tiendas, peluquerías y bazares de toda Europa. Otros no.
La «Operación Emperador» indica que algunos encontraron un atajo para amasar su fortuna. Es el caso de Gao Ping, el presunto líder de la trama de blanqueo de dinero y evasión fiscal. Él también procede de Qingtian.
En los últimos dos años he pasado mucho tiempo en Qingtian y rodeado de qingtianeses, documentando un libro («¿Dónde van los chinos cuando mueren? Vida y negocios de la comunidad china en España», editorial Debate) que saldrá publicado el próximo enero y en el que relato la historia de la comunidad china en España, un fenómeno social y económico tan apasionante como desconocido, lleno de luces y sombras.
Durante este tiempo he conocido a muchos hombres de negocios enriquecidos en Europa (fundamentalmente en España e Italia) y la mayoría de ellos admitieron haber invertido grandes cantidades de dinero en el sector de la construcción en China.
En las conversaciones, el patrón se repetía una y otra vez: empezaron con un restaurante o una tienda entre finales de los 80 y principios de los noventa, se metieron a la importación de productos chinos unos años después y, con las enormes ganancias obtenidas, dieron el pelotazo en un sector que en China ha vivido un «boom» ante el que palidece, incluso, la «edad de oro» del ladrillo español.
Hacer fortuna
A finales de los 70, cuando el país empezaba a abrirse, el Ou se cruzaba en barca o en un neumático. Ahora, tres puentes colgantes unen las riberas. Las torres más altas se han construido a uno y otro lado del río, donde también se sitúa el cuartel general de la Asociación de Qingtianeses Regresados del Extranjero, una organización de filiación gubernamental que organiza encuentros intercontinentales, celebra congresos y que ha abierto incluso su propio museo, en el que se exponen fotografías y objetos donados por aquellos que hicieron fortuna, o que se ganaron un hueco en las sociedades de acogida.
En sus vitrinas se suceden artesanías africanas, latinoamericanas, carteles de baseball estadounidense, reproducciones de la Torre Eiffel, del coliseo de Roma y, por supuesto, toros y muletas, banderas de España, cuadros de la Sagrada Familia e incluso un balón del F. C. Barcelona. En el gran mapa de la entrada se despliega el último registro oficial de qingtianeses en el extranjero, fechado en 2006 y cuyas cifras, nos aseguran, son muy inferiores a las reales, ya que muchos nunca se registraron.
El panel muestra que el país con más presencia es precisamente España (36.000 registrados), seguido de Italia (35.000) y Francia (12.000). Frente al museo, a lado de la estación de trenes, se sitúa la plaza más grande del pueblo, dedicada también a quienes emigraron. Junto a los símbolos de la China comunista, sobre mástiles de varios metros de altura, ondean las banderas de cientos de países, asociaciones y gremios de emigrantes chinos en medio mundo. Una de las que más se repite es la española. Tampoco faltan señeras catalanas e ikurriñas.
Apoyo a los que se van
Las autoridades chinas dan una enorme importancia a su comunidad emigrante, e intentan tutelar y aprovechar los flujos. Zhou Feng, presidente de la Asociación de Qingtianeses Regresados del Extranjero, me acompañó a la mayoría de las entrevistas oficiales que hice mientras documentaba el libro.
Era un hombre joven, de espaldas anchas. Su teléfono no paraba de sonar. Estaba muy ocupado, pero le interesaba que se conociese la historia de su condado. Y, por qué negarlo, también le interesaba saber con quién hablaba y qué me iban contando. El control de la información es una actividad que las autoridades chinas realizan de manera rutinaria y con una cierta naturalidad. Zhou, por otra parte, no tenía ningún problema en admitir que desde el Gobierno han apoyado e impulsado abiertamente la emigración desde el principio, por motivos fundamentalmente económicos.
«El hecho de que la gente salga al extranjero a hacer fortuna es bueno para todos. Por un lado alivia la presión demográfica aquí y, por otro, proporciona remesas. Sin los flujos migratorios, es obvio que Qingtian nunca habría despegado como lo ha hecho. Quienes han querido irse al extranjero han contado con el apoyo de las autoridades. Incluso hemos financiado clases de idiomas y centros de formación profesional donde se enseñan las profesiones más demandadas en Europa», me dijo.
En la escuela de idiomas de Qingtian, financiada por el municipio, se enseñan las lenguas más útiles para emigrar, como español, italiano o francés. Las tarifas están subvencionadas: 800 yuanes (unos 100 euros) por 50 horas. Independientemente del aula, los alumnos contaban historias parecidas: todos estaban esperando la fecha o los papeles para viajar a España. Los alumnos no parecían estar aprendiendo demasiado y la propia profesora no era capaz de construir más de dos frases seguidas cuando la entrevistamos.
Memorizaban sobre todo las primeras palabras básicas que tendrán que utilizar en su nueva vida, tales como «menú», «barato», «vaso» o «euro». Con la crisis, es cierto, el número de estudiantes de español se ha desplomado. Nuestro país cada vez resulta menos atractivo. En 2008, eran más de 300. En 2011 no llegaban a 25 y la cifra ha vuelto a disminuir este curso.
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