Psiquiatría
Exceso de fabada por José Luis Alvite
A veces se levanta uno por la mañana con la sensación de arrastrar los restos confusos de un mal sueño, como si mientras dormía su conciencia le advirtiese de cuentas pendientes y supiese que esta vez no podrá remediar la angustia con el recurso de elegir bien la camisa con la que salir a la calle, como cuando era niño y se libraba de la tristeza llevándose las lágrimas en la palma de la mano con el agua torda y labial de la palangana. Al despertar es difícil establecer con precisión todos los términos del sueño que nos pasa factura y hacemos conjeturas sobre nuestro pasado en un intento de reconstrucción condenado casi siempre al fracaso. Esa es mi situación esta soleada mañana. Supongo que mi angustia matinal tiene que ver con el promedio emocional de mi existencia, aunque no excluyo que se trate también de la influencia sutil de alguna causa sobrevenida como recordatorio durante el sueño a consecuencia de un disgusto tenido en las horas que le precedieron. Cuando la psicología conductista nos preocupaba menos que los impulsos, resolvíamos estas cosas responsabilizando de los estragos de la conciencia a una mala digestión, así que no había en nuestras vidas un solo error del que no pudiésemos resarcirnos suponiendo que ese malestar emocional era la consecuencia natural de haber cenado fabada. Lo malo es que anoche me acosté tarde y ligero gracias a una cena liviana. Algo que no pude identificar durante el sueño me trae ahora la mala consecuencia de una intranquilidad preocupante, una extraña sensación de culpa por algo que no puedo recordar. ¿Por qué coño soy ahora reflexivo? ¿No era acaso más feliz cuando no había en mi vida un solo dolor al que no le siguiese el placer de lamer la herida?
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