Terrorismo

La naúsea

La Razón
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Días atrás, unidas y dolidas, las víctimas llenaban las calles de Madrid.
Lejos de vislumbrar la inexplicable resolución de la Audiencia Nacional para excarcelar a Antonio Troitiño, uno de los más sanguinarios asesinos de ETA.
Difícil entender los vericuetos jurídicos que se lo permiten, celebrar su libertad y brindar porque ni siquiera la Fiscalía ordene su vigilancia.
Esos derechos que el Ministerio Público invoca chocan frontalmente con los que él aplastó, sin piedad, en sus veintidós pistoletazos. Sin que le temblara el pulso.
Con implacable frialdad. Causa perplejidad que, en este país, las leyes parecen muñequitas de guiñol, manejadas al albur del magistrado de turno.
El ciudadano no sabe de triquiñuelas sobre la prisión preventiva, esas que facilitan a Troitiñó saltarse a la torera su íntegra condena.
Rabia y estupor provocan verle tan campante. Tal vez, dentro de poco, en algún país europeo con vida regalada, tras los pasos de Josu Ternera o De Juana Chaos.
Curiosa doble vara de medir la de la Justicia, bajo ese conocido lema de que, en Derecho, cabe todo.
Parece que el Gobierno y el PP han cerrado un acuerdo para recurrir las listas de Bildu: Es una buena noticia.
Y más aún, si el Tribunal Supremo y el Constitucional lo ratifican. Afirma ETA, en su último Zutabe, que es perverso ligar el alto el fuego con las candidaturas abertzales.
Aquí, la única perversidad es el terror. Y ver en la calle a sus autores provoca lo bien descrito en la novela de Jean Paul Sartre: La Naúsea.